miércoles, 4 de abril de 2007

La Dirty en Tarragona

Cuando, por estos lares, el líder de un grupo sale a escena vistiendo una camiseta del Barça, el guiño tiene 2 lecturas. La positivista es que está interesado en meterse el público en el bolsillo desde el primer momento. La malpensada es que tampoco está tan interesado como para currárselo demasiado, ya que si se hubiera informado un poco más vestiría la camiseta del Nàstic, el flamante equipo de Tarragona que está en primera división por primera vez en casi 50 años y en el cual se ha volcado toda la ciudad. Además, la comunión banda-público era difícil, porqué el hábitat natural de una brass band de New Orleans son las calles y bares, con la gente danzando al ritmo de la música. Y desde el escenario, los músicos debían pensar: ¿qué hace toda esa gente sentada en butacas y sin siquiera un cerveza en la mano?

Así las cosas, el concierto (Teatre Metropol, Tarragona, 31/3/2007) empezó extraño. La música de The Dirty Dozen Brass Band sonaba poderosa, enlazando sin descanso tema con tema, y reinventando el dixie para convertirlo en acid, funk, ritmos africanos e incluso rap. Todos y cada uno de los 7 músicos de esta paradójica docena hicieron sus solos, sus florituras, e incluso entrecruzaron duelos de saxo, trompeta o lo que se terciaba. La música era brutal... pero la conexión con el público, escasa. De vez en cuando la banda intentaba lanzar chanzas al público, pero el fuerte acento de las riberas del Mississippi imposibilitaba que el mensaje llegará ni a los más duchos en inglés. Y así fue rodando el concierto durante algo más de una hora.

De repente, y para sorpresa de todos, el trompetista y voz principal, Efrem Towns, decidió que era el momento de animar las cosas y que, como reza uno de sus himnos, Ain't nothing but a party . Así que obligó a todo el mundo a ponerse en pie, y empezaron a disparar swing y be-bop de alto octanaje. Liberados de la esclavitud de la silla, los asistentes empezaron a aplaudir, a gritar, a bailar y a dejarse arrastrar por el torrente de auténtica música de brass band (incluso un par de espontáneas se lanzaron a danzar sobre el escenario, cuando 15 minutos antes la banda había solicitado una señorita que subiera y ninguna se atrevió).

El orgasmo musical duró unos 20-25 minutos, incluyendo el bis de rigor y otro al que fueron obligados cuando algunos instrumentos ya estaban desmontados y en la maleta. Y al final, explosión de aplausos, rendición total del público a la Dirty Dozen, y Efrem Towns y el trombón de varas repartiendo autógrafos y besos. En resumen, una hora y media de música de alto nivel, pero sólo 20 minutos sublimes y que cumplieron realmente su función: extasiar al respetable. En fin, menos es nada.


2 comentarios:

David dijo...

Hay que decir, eso sí, en descargo de las mujeres que no se atrevieron a salir, que la petición se hacía en el contexto de la bonita canción "I'm a dirty old man", con el saxo baritono cantando "I'm feeling like smacking someone" (tengo ganas de dar un cachete a alguien, según mi pequeño inglés), y haciendo gestos evidentes de querer tocar algún culo.

Uno de los momentos álgidos del concierto, sin duda.

Anónimo dijo...

Así es como no se atrevieron a subir la chicas, si cantaban eso... para banda de dixeland la que vi el verano pasado en Cadaqués, tocando en medio de la calle al atardecer, menudo ritmo, menudo espectáculo montaron.

Esta gente que decía no me suenan de nada. Bueno, ahora ya me suenan un poco más. je.