viernes, 29 de agosto de 2014

Inside Llewyn Davis


Mi idilio con el cine de los hermanos Coen empezó con sus primeras películas: su impactante debut Sangre Fácil (1984); la obra maestra Muerte entre los Flores (1990); las divertidas Arizona Baby (1987) y El Gran Salto (1994); la oscarizada Fargo (1996); la psicotrópica El gran Lebowski  (1998), que no está entre mis preferidas pero tiene momentos inolvidables; la genial O Brother Where Art Thou (2000)… Pero las cosas se empezaron a torcer con El hombre que nunca estuvo allí (2001), desprovista de cualquier tipo de atractivo.  Y a partir de ahí, luces y sombras: algunas muy flojas (Crueldad intolerable , 2003) y otras correctas (No es país para viejos, 2007). Pero las últimas que había visto de ellos, Quemar después de leer (2008) y Valor de ley (2010) me parecieron realmente insoportables.

De todos modos, reconozco que tenía ciertas esperanzas de reconciliación con su último filme, Inside Llewyn Davis (2013), la historia de un cantante de folk a principios de los 60. Había recibido buenas críticas, me la habían recomendado, y la temática me atraía. Pero tampoco.  Ayer la vi, y me pareció deprimente y aburrida. El actor principal no lo hace mal, pero enseguida me cansé de su cara de agobio, que no cambia en la hora y media que dura el filme. Carey Mulligan está sublime, como siempre, pero John Goodman vuelve a hacer el mismo papel que ya ha hecho mil veces, y el resto de actores de reparto, correctos pero poco destacables. Hay  que reconocer que algunos de los diálogos son bastante buenos, pero la ambientación es tan sombría y el argumento tan desangelado, que se diluyen y pierden cualquier tipo de fuerza que hubieran tenido en una película más acertada. Y la BSO, si eres un gran amante del folk, supongo que te atraerá, pero a mí me dejó bastante indiferente.

 Así que no será con esta Inside Llewyn Davis que Ethan y Joel recuperarán mi devoción. Eso a ellos les importa un carajo, claro, pero yo no puedo dejar de añorar el cine de sus inicios, ni de mostrar mi decepción por lo grandes que fueron y nunca más han sido.

lunes, 18 de agosto de 2014

De Genesis a Las Alpujarras

Estas vacaciones he leído El loro en el limonero, el segundo libro de Chris Stewart. Sólo los fans más fans de Genesis sabrán que Chris Stewart fue el primer batería del grupo, y uno de sus miembros fundadores. Aunque duró bien poco en la banda: como él mismo explica en uno de los capítulos, “necesitaban un batería con más sustancia, por lo que me pusieron de patitas en la calle. Fue una buena decisión por su parte.”
 
Pero tanto en este libro como en su predecesor (Entre limones, que leí hace unos años) Stewart habla bien poco de ese periodo como miembro de la banda inglesa, y se centra en relatar sus experiencias en un cortijo de Las Alpujarras, donde vive con su familia y una buena retahíla de animales: ovejas, perros, gatos, y el loro que da título a esta entrega de sus peripecias.
 
He de decir que El loro en el limonero es altamente recomendable: una lectura entretenida, divertida, y tan entusiasta que casi te entran ganas de retirarte a vivir a una granja en Las Alpujarras o a cualquier otro lugar del medio rural. Intentaremos no caer en la tentación: no me imagino de esquilador de ovejas en una masía donde Cristo perdió la alpargata.

lunes, 11 de agosto de 2014

De vuelta del País Vasco

Como miles de españoles arrastrados por la película Ocho apellidos vascos (aunque en nuestra defensa cabe decir que decidimos el destino antes de haberla visto), este verano hemos ido de vacaciones al País Vasco. Nunca lo había visitado, y las expectativas eran altas, ya que todo el mundo habla maravillas. Pero he de reconocer que se han cumplido con creces.

El campo base ha sido un pueblo llamado Soraluze, también conocido con el más belicoso nombre de Placencia de las Armas, por las fábricas que albergó cuando la industria armamentística era la principal actividad económica del lugar. Hoy en día las mentadas fábricas están en desuso y en su mayor parte abandonadas, pero el pueblo goza de su propio encanto, además de estar muy bien comunicado, a menos de ¾ de hora de cualquiera de las capitales de provincia, lo cual nos ha dado mucho juego.

Así que han sido unos días de mucha visita cultural, por los pueblos y ciudades de la zona (Bergara, Elorrio, Oñate, Durango, Vitoria, Bilbao…), todos ellos realmente interesantes. Y también de alguna buena experiencia gastronómica, aunque menos de las esperadas: en agosto, la mayoría de establecimientos de los pueblos, restaurantes incluidos, cierran por vacaciones, y en más de una ocasión nos hemos quedado a las puertas de alguna sidrería o asador recomendados, leyendo con cara de bobos el cartel de “cerrado hasta el 1 de septiembre” (aunque también puede ser que pusiera “volvemos en 1 hora”, ya que nuestro conocimiento del vasco es parejo al del klingon).

Pero bueno, pese a ello, estupenda experiencia por tierras norteñas, y con ganas de volver para descubrir lo que ha quedado en el tintero tras los 10 días de viaje.

Y ahora, un chiste de Ocho apellidos vascos, cuando el sevillano protagonista está en la herriko taberna:

Camarero: ¿Oye, te pongo una de Kortatu?
Rafa: No, con unas aceitunas ya va bien…