Torrentes, mulas y ventas de CD (II)
Tengo un amigo que paga 809 euros de hipoteca por un piso normalito en una ciudad normalita, lo que le supone más de la mitad del sueldo. Además, y según la escalada incesante del Euríbor, el próximo enero la cuota le subirá unos 100 euros, osease un 12%. Para colmo, en su ciudad normalita los impuestos subirán un 10% el año que viene, y la gasolina y otros productos básicos rondarán un incremento similar. Pero como la economía va tan bien (para los de siempre), el IPC del 2007 está siendo bajísimo, alrededor de un 3% según el "objetivo" barómetro del Gobierno, con lo cual el 2008 su nómina aumentará sólo ese porcentaje.
Enamorado de la música, el amigo en cuestión solía comprar discos, cuando había vinilos, y acumuló una colección importante de ellos. Luego aparecieron los CDs, y aunque le jodió que la Industria subiera los precios del nuevo soporte en lugar de bajarlos, pese a que producirlos les era sustancialmente más barato, siguió comprándolos, y acumuló otra importante colección. Si quería escuchar música tenía que pasar por el aro y doblegarse a la dictadura de las grandes compañías, que se hacían de oro cobrando entre dos y tres mil pesetas por un soporte que les costaba cuatro pesetas fabricar, y por los que pagaban menos de veinte duros al autor por unidad.
Mi amigo, como todo hijo de vecino, paga un canon a la Industria o a los artistas ("representados" por la $$GAE), cada vez que compra un DVD para guardar sus fotos, un lápiz de memoria para traspasar archivos, e incluso una impresora para imprimir los cuatro documentos que escribe. Además de pagar, indirectamente, cada vez que ve un anuncio de TV, enciende la radio, va a una verbena, a un bar o a una discoteca, ya que la mentada sociedad graba a televisiones, emisoras, orquestas y locales de ocio por poner música.
Así que cuando apareció la posibilidad de bajarse música por Internet, al principio tuvo sus conflictos morales, y continúo comprando CDs. Pero como los precios seguían subiendo, los cánones aprobándose a troche y moche, los músicos quejándose del maltrato que recibían de las discográficas, y su sueldo hundiéndose, pensó ¡qué cojones!. Y dejó de comprar. Definitivamente. Era la única forma de subversión que le quedaba, y aunque la $$$GAE y la Industria Discográfica no tuvieran la culpa del aumento del Euríbor, ni de los impuestos, ni de la gasolina, sí la tenían de abusar de consumidores, artistas y de cualquiera que se le ocurra "pinchar" algo de música en su local. Aunque, ¡atención!, mi amigo no está en contra de los que todavía compran CDs, muy al contrario: considera admirable que en este país de Rinconetes y Cortadillos aún quede gente honrada (entre la cual él no está incluido, si no que se encuentra en el ignominioso grupo de los criminales, según los demagogos de la $$$GAE).
Y así están las cosas. Cuando mi amigo quiere un disco, se lo baja de Internet, y aunque la calidad no sea la misma que la del CD, pues mira, lo superará. Y si el disco le encanta y quiere pagar algo a los artistas, va al concierto (ya sea de la Dirty, Fito, Norah Jones, Quim Vila, Sabina o Serrat), que seguro que algo más les cae a los autores que los míseros royalties que cobran por CD vendido.
Mi amigo, como veis, prefiere mantenerse en el anonimato. Babeantes, la $$$GAE y las discográficas ansían un cabeza de turco y una sentencia ejemplar que amedrente al personal, tal como pasó hace poco en Estados Unidos, cuando se condenó a pagar 158.000 euros a una chica por compartir 24 canciones en Internet. Y no es cuestión de señalar a las hienas donde puede estar su próxima víctima.