sábado, 27 de octubre de 2007

Torrentes, mulas y ventas de CD (II)

Tengo un amigo que paga 809 euros de hipoteca por un piso normalito en una ciudad normalita, lo que le supone más de la mitad del sueldo. Además, y según la escalada incesante del Euríbor, el próximo enero la cuota le subirá unos 100 euros, osease un 12%. Para colmo, en su ciudad normalita los impuestos subirán un 10% el año que viene, y la gasolina y otros productos básicos rondarán un incremento similar. Pero como la economía va tan bien (para los de siempre), el IPC del 2007 está siendo bajísimo, alrededor de un 3% según el "objetivo" barómetro del Gobierno, con lo cual el 2008 su nómina aumentará sólo ese porcentaje.

Enamorado de la música, el amigo en cuestión solía comprar discos, cuando había vinilos, y acumuló una colección importante de ellos. Luego aparecieron los CDs, y aunque le jodió que la Industria subiera los precios del nuevo soporte en lugar de bajarlos, pese a que producirlos les era sustancialmente más barato, siguió comprándolos, y acumuló otra importante colección. Si quería escuchar música tenía que pasar por el aro y doblegarse a la dictadura de las grandes compañías, que se hacían de oro cobrando entre dos y tres mil pesetas por un soporte que les costaba cuatro pesetas fabricar, y por los que pagaban menos de veinte duros al autor por unidad.

Mi amigo, como todo hijo de vecino, paga un canon a la Industria o a los artistas ("representados" por la $$GAE), cada vez que compra un DVD para guardar sus fotos, un lápiz de memoria para traspasar archivos, e incluso una impresora para imprimir los cuatro documentos que escribe. Además de pagar, indirectamente, cada vez que ve un anuncio de TV, enciende la radio, va a una verbena, a un bar o a una discoteca, ya que la mentada sociedad graba a televisiones, emisoras, orquestas y locales de ocio por poner música.

Así que cuando apareció la posibilidad de bajarse música por Internet, al principio tuvo sus conflictos morales, y continúo comprando CDs. Pero como los precios seguían subiendo, los cánones aprobándose a troche y moche, los músicos quejándose del maltrato que recibían de las discográficas, y su sueldo hundiéndose, pensó ¡qué cojones!. Y dejó de comprar. Definitivamente. Era la única forma de subversión que le quedaba, y aunque la $$$GAE y la Industria Discográfica no tuvieran la culpa del aumento del Euríbor, ni de los impuestos, ni de la gasolina, sí la tenían de abusar de consumidores, artistas y de cualquiera que se le ocurra "pinchar" algo de música en su local. Aunque, ¡atención!, mi amigo no está en contra de los que todavía compran CDs, muy al contrario: considera admirable que en este país de Rinconetes y Cortadillos aún quede gente honrada (entre la cual él no está incluido, si no que se encuentra en el ignominioso grupo de los criminales, según los demagogos de la $$$GAE).

Y así están las cosas. Cuando mi amigo quiere un disco, se lo baja de Internet, y aunque la calidad no sea la misma que la del CD, pues mira, lo superará. Y si el disco le encanta y quiere pagar algo a los artistas, va al concierto (ya sea de la Dirty, Fito, Norah Jones, Quim Vila, Sabina o Serrat), que seguro que algo más les cae a los autores que los míseros royalties que cobran por CD vendido.

Mi amigo, como veis, prefiere mantenerse en el anonimato. Babeantes, la $$$GAE y las discográficas ansían un cabeza de turco y una sentencia ejemplar que amedrente al personal, tal como pasó hace poco en Estados Unidos, cuando se condenó a pagar 158.000 euros a una chica por compartir 24 canciones en Internet. Y no es cuestión de señalar a las hienas donde puede estar su próxima víctima.

martes, 23 de octubre de 2007

Torrentes, mulas y ventas de CD

Mucho se ha hablado sobre el daño que le está haciendo la mula, el torrente, y otros sistemas de intercambio de archivos al mundo de la industria discográfica y al de la creación musical. Es algo que hace tiempo que me preocupa.

Yo crecí grabándome en cinta los discos que llegaban a mi casa. Con 15 años, ya hace 20, no entraba en mis planes comprarme ninguna cinta o disco original, con mi capacidad económica nula (fué después cuando la música se convirtió en droga). Algún amigo te recomendaba un grupo y te pasaba la cinta con su copia, que con suerte era sólo la tercera o cuarta copia sucesiva del disco original.

Seguro que recordáis aquel sonido añejo, lejano, lleno de ruido, de discos que parecían grabados en un bote en alta mar, porque el zumbido de fondo que añadían los doble platina que se habían ido usando en el proceso se parecía al oleaje. Recuerdo que incluso tenía discos donde había canciones que se cortaban, porque la aguja del tocadiscos del que hizo la primera copia saltó, y entonces aquella era mi versión particular del tema: yo la cantaba con el corte de letra incluido, por supuesto, o esperaba la voz del locutor de la radio machando el final del tema, cuando eran grabaciones de la FM.

Pero gracias a todo esto y cuando tuve algo de dinero, me compré entonces originales el 80% de los discos que tenía grabados, los cuales no hubiera conocido si hubiera sido estrictamente legal, y les hubiera dicho a mis amigos cuando me ofrecían sus cintas tesoro: "no gracias, my friend, eso que me estás dejando escuchar es una copia ilegal, sujeta a copyright aunque suene a rayos y truenos, y posiblemente gracias a ella algún día iré a conciertos de este artista y compraré todos sus CD y DVD, pero no puedo aceptarla. Viviré sin música hasta que pueda pagarla". Hubiera sido el tío de 15 años más legal del mundo, pero lo que me hubiera perdido, lo que se hubieran perdido todos los artistas a los que seguí más adelante, y vaya montón de capones me hubiera llevado de mis amigos, por capullín sabiondo.

Más adelante, entre esa época y la mulera actual, pasé un montón de años gastando mucha pasta en discos que, en muchos casos, escuché 3 ó 4 veces, para después dejarlos en su estante hasta hoy. A 2500 pelas de media, carísimos posavasos tengo. Pero había que probar y probar hasta encontrar las ansiadas gemas. Hasta que me cansé, y dejé de hacerlo, porque me parecía estúpido.

¿Qué hago ahora? Pues mis amigos virtuales, con sus mulas, me dejan sus copias de discos (que suenan bastante mejor, la verdad) y que puedo escuchar sin problemas hasta decidir si me gustan o no. Y si me gustan, sin dudarlo, los compro. Y si no, los borro, palabra. Sencillo y directo. iTunes me ayuda a decidir cuáles son los que me gustan (cuando los he escuchado enteros más de 5 veces, entonces decido qué hacer).

De esta forma, me sigo gastando el dinero en música, pero en la que me gusta y dirijo la pasta a los artistas que creo lo merecen. Considero las redes P2P mis herramientas de pre-escucha, más ágiles y cómodas que ir a la iTunes Store o a los samples de Amazon y pinchar y escuchar uno por uno. Eso sí, extrañamente esto es perfectamente legal, pero muchísimo más engorroso, ¿porqué será?

Amigos, sigo aquí bajando, escuchando, borrando y/o comprando. Y conozco a mucha gente que también hace esto último. Afortunadamente.

Nos vemos las calvas.

domingo, 21 de octubre de 2007

Cero en conducta

El sábado pasado fui de boda y como, entre unos cuantos, acabamos con la barra libre y hasta con el agua de los floreros, el domingo fue día de resaca. De RESACA, de hecho, con mayúsculas y negrita. De aquellas resacas en las que el cuerpo te supura alcohol, la conciencia se desliza en un Dragon Khan infinito, el estómago es una bomba de relojería y, en definitiva, en las que te crees más cerca del mundo de los muertos que del de los vivos. Así que a mediodía, después de lograr ingerir un platito de arroz hervido, de hacer testamento, y de dar instrucciones explícitas de que, si moría, no me incineraran (o en la incineradora se iba a montar la de Dios es Cristo, con el alcohol que llevaba en la sangre), me dejé caer en el sofá y me dispuse a ver una película de encefalograma plano. La elegida fue Detroit Rock City (1999), que aquí se tradujo con el título de Cero en Conducta.

Cero en Conducta está producida por Kiss Nation, la productora encargada de hacernos creer que Kiss fue la banda de rock más grande de la Historia. Por lo tanto, es un enorme ejercicio de onanismo, pintando a los de Nueva York como los Beatles del rock duro. El argumento es el que sigue: corre el año 1979, y cuatro adolescentes fanáticos de Kiss se disponen a asistir a un concierto de sus ídolos en Detroit. Pero la madre de uno de ellos, neocon obsesiva y más pirada que Woody Woodpecker, descubre las entradas y las quema, además de encerrar a su díscolo hijo en un internado. A partir de ahí, lo que imagináis: la carrera desesperada de los teenagers para, primero, rescatar al interno, y luego, llegar a Detroit y conseguir entradas para el concierto. Y mientras tanto, sin sorpresas: porros, carreras de coches, pijos repelentes, y las gamberradas habituales de cualquier American Pie 1, 2, 3 o los que vendrán.

Aun así, si el que la visiona es un fan de Kiss (como mi amigo Pere, el cual me la recomendó), disfrutará con la música, la estética, el trocito de directo de la banda, y los guiños constantes a sus canciones (en un momento de crisis, los protagonistas se citan en el lavabo de chicas, haciendo referencia al tema Meet you in the Ladies' Room; y como esta "broma", a puñados...). Para los que este grupo de pintarrajeados a la par que horteras nos deja bastante indiferentes, Cero en Conducta no es más que una película más de púberes cabroncetes, aunque hay que reconocer que la música es tópica pero interesante (temas de AC/DC, Aerosmith o Ozzy Osbourne, además de los de Kiss, suenan a lo largo de todo el filme). Y es que, en opinión del otrora moribundo que escribe estas líneas, donde esté un poco de rock duro para acompañar la resaca, que se quite el Alka-Seltzer.

jueves, 18 de octubre de 2007

Descubriendo el jamón

El 16 de enero de 1912, el explorador británico Robert F. Scott y su equipo llegaron al Polo Sur. Iban a ser los primeros hombres de la Historia en pisar ese punto geográfico, tras casi un año de preparativos y más de tres meses de un viaje infernal, viendo como se averiaban sus vehículos, sus animales de carga morían, y luchando día y noche contra la congelación y las tormentas de hielo. Al llegar a su objetivo, Scott descubrió algo: una bandera roja y azul ondeaba entre la nieve que caía. El noruego Amundsen se les había adelantado.

La misma cara de gilipollas que se le quedó a Scott debo tener yo ahora, asombrándome con un grupo conocido ya por millares de personas desde tiempos inmemoriales: Pata Negra. ¿Qué hago yo descubriendo hoy a esta mítica banda, cuando hace 26 años que se formó y otros tantos que se disolvió? Por alguna razón que se me escapa, nunca había caído en mis manos un disco de ellos, ni había sentido la necesidad de pedírselo a la Mula Electrónica (que es como el Ratoncito Pérez, pero en "sin papeles"). Craso error, a fe mía. ¡Qué pedazo de grupo! He empezado con El Blues de la Frontera, y los oídos me hacen chirivitas. Muy buenos sus temas de flamenco, por supuesto. Pero espectaculares, sublimes, los temas de pura fusión: el jazz de How high the moon, el rythm'n'blues de Lindo gatito o el reggae de Lunático me ponen los pelos como escarpias, tan magistralmente tocados por las guitarras gitanas de los hermanos Amador. Y aún me queda jamón para rato: ahí están esperándome sus otros cinco discos en estudio y su directo en Zeleste, a los que les he dado unas rápidas preescuchas y prometen tanto o más (¡qué buena la canción Ratitas divinas!).

Osease, que aunque Scott se quedó con cara de lelo cuando llegó al Polo Sur, quiero creer que eso no le impidió disfrutar de la belleza del paisaje. Como a mí, el hecho de llegar más de dos décadas tarde, no me está impidiendo saborear este pedazo de Pata Negra. Nunca es tarde si la dicha es buena, supongo.

domingo, 14 de octubre de 2007

El mejor escenario del mundo

Siempre he pensado que la mejor manera de disfrutar de la música en directo es desde muy cerca. No me valen las grandes P.A. a todo volumen, ni los ídolos vitoreados por la muchedumbre a varios cientos de metros de distancia. Necesito la inmediatez de la batería escuchada con mis propios oídos, la patada de los amplis a toda pastilla... rock'n'roll, sudor y jadeos (chicas, veo que vuestras respuestas al último post de Rafa me han marcado más de lo que pensaba. Ya tiemblo al pensar con que nuevas certeras palabras nos encontraran los que busquen humedades diversas y sonidos alternativos).

Pero volvamos al tema, David, volvamos al tema. Escuchando el último (y enésimo) directo de Pearl Jam me he topado con el espacio de conciertos más bonito que haya visto. Por él, reconsidero mi opinión sobre la inmediatez del rock de garito, y disfrutaría a gusto de un buen abono de temporada en el Gorge Amphitheater, una maravilla de espacio con capacidad para 20.000 espectadores, situado en plena naturaleza, sobre el río Columbia, en George, Washington. Juzgad vosotros mismos:


Por esta maravilla de escenario han pasado Van Halen, Sting, Bob Dylan, Aerosmith, Radiohead, Paul Simon, Phish, Pearl Jam, Nine Inch Nails y muchos más, con la garantía de poder montar el estruendo que sea necesario sin miedo a molestar a los vecinos.


Otro buen motivo para organizar de una vez ese viaje musical de ensueño por los USA, del que a menudo hablamos con Rafa. Sin más rumbo ni plan que seguir las diferentes giras de unos cuantos míticos. En nuestra lista ya están Kenny Wayne Shepherd, Jonny Lang, Indigenous, Gov't Mule y Allman Brothers Band, pero apuntamos un nombre cada semana, como mínimo.

Por soñar, que no quede. Nos vemos.

domingo, 7 de octubre de 2007

Quiero ser Tom Waits

Existe una ley no escrita que dice que la atracción que siente una mujer por un hombre es directamente proporcional a lo poco conveniente que sea éste para ella. Ésa y sólo ésa es la razón por la cual el gamberrete de clase, el macarrilla del barrio o el chuleta de la oficina tienen, indefectiblemente, una novia de infarto, mientras el empollón, el buenazo o aquel chico de contabilidad que es tan majo y trabajador tiene que quedarse en casa el viernes por la noche viendo la película del plus con un bol de ganchitos sobre las rodillas.

En el mundo de la canción, el paradigma de tío chungo y, por tanto, imán para las chicas es Tom Waits: un tipo desaliñado, con sombrero de gangster, amante de la botella, voz cazallera y desagradable, cutis castigado por la viruela, autor de discos esperpénticos... y adorado por mis musas musicales: Norah Jones versiona su canción Long Way Home, Anouk le dedica un tema (titulado precisamente Tom Waits), y Olvido proclama en su gran blog que le pone muy cachonda.

La pregunta que, con las rodillas hincadas en el suelo, los brazos en cruz y mirando al cielo, quiero gritar a todas las sufridas lectoras de este blog es: ¿POR QUÉ? ¿Por qué esta perversa obsesión, no tanto por Tom Waits en particular como por los cabroncetes y canallas en general? ¿Se trata de morbo? ¿Masoquismo? ¿Ganas de fastidiar a mamá? ¿Quizás un complejo reprimido de Caperucita, que siempre quiso enrollarse con el Lobo en lugar de ir con cestitas bosque arriba, bosque abajo? Cientos, miles de buenos chicos se lo preguntan a diario, mientras las chicas por las que beben los vientos se cuelgan del tío que les ha de romper el corazón.

Por favor, Olvido, Noe, Jo Mateixa, Almond, Ro, Mei, Ana o cualquier visitante anónima que pase por esta Calle del Bourbon: oíd mi grito desesperado e iluminad un poco este oscuro pozo que es mi ignorancia. Cualquier argumento que disipe la duda que me corroe será bienvenido, y mi gratitud hacia vosotras perdurará por los siglos de los siglos amén. Mientras tanto, voy a calarme un sombrero de Al Capone, ponerme unos tejanos raídos, destrozarme la garganta a base de absenta, y a esperar, a ver qué pasa...

jueves, 4 de octubre de 2007