Brasil
Estos días se cumplen ¡diez años! de mi regreso del que fue uno de los viajes de mi vida: Brasil. Todo empezó hojeando un libro de esos de 100 lugares que hay que visitar antes de morir,
o algo así. Hablaba del Amazonas, y un pequeño recuadro comentaba la
experiencia de remontarlo en un viejo barco oxidado. Así que me pedí una
excedencia de 2 meses en el trabajo, me colgué la mochila al hombro, y
me planté en Belém, en la desembocadura del mayor río del mundo, donde
compré un billete hasta Manaus en uno de los mentados barcos. Hay que
decir que, efectivamente, el viaje fue toda una experiencia: 5 días
durmiendo en hamaca, rodeado de decenas de otras hamacas (cada noche te despertabas varias veces por un manotazo o patada de un vecino), insectos
por doquier (mejor dormir con la boca cerrada)... Pero también
disfrutando del paisaje, de la compañía y conversaciones con los otros pasajeros (la gran mayoría indígenas),
haciendo excursiones por afluentes del Amazonas desde Santarem, comiendo
arroz con frijoles, bebiendo cerveza y dejando la vida pasar.
Probablemente no la repetiría, pero la aventura valió la pena.
Después
fui moviéndome por Brasil, sobre todo en autobús, y descubrí un país
alucinante, con infinitas maravillas que ofrecer: el Pantanal en Mato
Grosso, los paisajes y grutas de Bonito, la arquitectura de Brasilia,
las cascadas y montañas de la Chapada Diamantina, la música y los
colores de Salvador de Bahía (donde asistí a una inquietante ceremonia
de Candomblé), los pueblecitos costeros (Pipa, Jericoacoara...), los
edicifios coloniales de Olinda... Y, sobre todo, la gente, con su
alegría por la vida, su pasión por la música y el baile, y la sensación
de encontrar unos primos cercanos culturamente hablando, con los que no
compartes lengua pero que se esfuerzan y con los que te esfuerzas para
inventar un idioma nuevo y común: el portuñol.
En dos meses
recorrí miles de kilómetros, pero en un país tan inmenso siempre queda la
sensación de que te dejas mucho por ver. De hecho hay lugares como Río o
Santa Catarina que me hubiera encantado visitar, y que quedaron para
otra ocasión, u otra vida. Diez años pues, y la saudade perdura.