
Hace unos meses, cuando repasé
40 de los discos de
rock que me habían marcado la adolescencia, olvidé incluir en la lista
No Fuel Left for The Pilgrims (1989), de los daneses
D-A-D. Craso error, a fe mía: en mis años mozos lo escuché hasta la saciedad, ya que me encantaba esa mezcla entre
hard rock y música del Oeste que lo caracterizaba. El álbum empezaba con el que fue el primer
single,
Sleeping My Day Away, con ese
riff de
guitarra tan ZZ Top al que se le unía ese bajo que sonaba a banjo
eléctrico y ese medio tiempo de batería que conferían al tema unos aires
fronterizos más propios del tórrido estado de Texas que de la gélida
Dinamarca.
Continuaba con un trallazo,
Jihad, una canción de carretera
que contenía la frase que daba título al disco, y que era (y es) una de
mis favoritas. Luego seguía con temas más calmados,
Point of View y
Rim of Hell (ojo, con
calmados no quiero decir
baladas, ya que el disco carecía de ellas), para empalmar con
ZCMI, de tintes
rockabillies, y dar paso a
True Believer, un
rock'n'roll de inspiración
mötleycrüeniana y lírica motera. Y luego, los que conocéis el disco ya lo sabéis:
Girl Nation,
Lords of The Atlas,
Overmuch... Temas donde el
country, el
southern, el
rock duro y el
punk se daban la mano, todos regados con unos
riffs y unas líneas de bajo de lo más particulares, que dotaban a D-A-D de un sonido inconfundible.

Sonido que, por cierto, nunca han abandonado, ya que su último trabajo,
DIC.NII.LAN.DAFT.ERD.ARK (2011), sigue teniendo ese sabor
cowpunk que ya caracterizaba a la banda en sus inicios. Me temo que no entrará en mi
Hall of Fame particular, pero
No Fuel Left... sí lo hizo. Y por la puerta grande