Viernes, 29 de enero de 2010. Pavelló Olímpic de Reus. Con puntualidad suiza y hora telonera, a las 20.30 suenan los primeros acordes de Felicidad, con la que La Cabra Mecánica empieza su concierto de esta su gira de despedida. Me apena un poco que el grupo, en los que serán sus últimos bolos como tal, tenga el papel de secundario. Pero parece que Miguel Ángel Hernando, Lichis, ha querido terminar así la historia de su banda, con humildad y sin hacer demasiado ruido. Desconozco las razones por las que el cantante madrileño ha decidido matar a La Cabra, pero sospecho que se resistía a terminar cantando siempre las mismas canciones que le hicieron más o menos famoso (La lista de la compra, No me llames iluso...) y tener que ir sacando discos para poder girar y volver a repetir los sobados temas que quizás ya debe odiar. Pero en fin, sean cuales sean los motivos, confío en que vuelva como Lichis, como Miguel Ángel, o como quiera, y continúe haciéndonos disfrutar de su música y, sobretodo, de sus letras.
Bueno, a lo que íbamos. Breve, brevísimo concierto, muy a mi pesar, donde la banda repasó temas de todos sus discos: sonaron Arroz con ajo, Reina de la mantequilla, Fábula del hombre lobo y la mujer pantera ("es la falta de amor / la que llena los bares"), La lista de la compra (que dedicó, como siempre, a María Jiménez), ¡Ay! poetas, Pinocho, La novia del marinero ("cuando arrecie el temporal / antes de darme por muerto / búscame en el bar")... También hubo tiempo para las últimas novedades, las tres canciones inéditas que incorpora su último disco recopilatorio: Valientes, Yayo yaya ("Podría estar en Benidorm / tomando el fresco a la sombra de una guadaña") y Carne de canción ("Derroché mis mejores ripios / por no despertar solo otra mañana / y me di al primer corazón / para el que no tuve palabras"), que da título al álbum. La música, y quizás ese ha sido uno de los pecados de La Cabra, de lo más variada: pop, rock, country-rock, rumba, flamenco, tangos, pasodobles... Tanto cambio despista, ya sea en directo como en disco, y quizá una elección musical más homogénea hubiera dado a la carrera del grupo una consistencia que le hubiera procurado más éxitos. Pero que a nadie le ocurra que los árboles no le dejan ver el bosque, porque lo bueno de LCM, lo que importa en realidad, son las letras, siempre soberbias, esa poesía cotidiana, esas cavilaciones de parada de autobús, esa filosofía de bar de tapas de Lavapiés...
Y así, entre ritmos de lo más variado y rimas ocurrentes, fue transcurriendo el evento. Entre canción y canción, el Lichis iba lanzando agradecimientos a los involucrados en sus quince años de carrera, empezando por la banda, pasando por los técnicos, y terminando por el público. De todos modos, he de reconocer que le esperaba más locuaz, que hiciera gala de su buena lírica para presentar los temas y conquistar al personal. Pero se le veía algo cansado, tal vez por la cantidad de conciertos a las espaldas, tal vez por tener ganas ya de acabar con su grupo de siempre y empezar una nueva aventura musical. Así que, tras una hora exacta, el show concluyó para dar paso a las estrellas de la noche, Fito & Fitipaldis, y dejándome con una cierta melancolía, una morriña prematura por esta Cabra Mecánica que no podré volver a disfrutar en directo.