Pavelló de la Pobla de Mafumet (Tarragona), 18 de diciembre de 2021. Los Secretos fueron uno de los grupos de mi adolescencia y juventud, y durante la década de los 90 los vi en directo en varias ocasiones, siempre que visitaban Barcelona, e incluso en la Expo de Sevilla. Compré y devoré todos sus discos, los primeros en vinilo, los últimos ya en CD, y me sabía las canciones de memoria.
Pero en 1999 murió Enrique Urquijo, para mí el alma absoluta del grupo, y perdí interés en lo que su hermano Álvaro y el resto de la banda hicieron después. Los vi un par de veces más (la última en 2004, en el Palau de la Música), pero dejé de escuchar los álbumes que fueron publicando, entre otras cosas porque la mayoría eran refritos (grandes éxitos, acústicos, conciertos sinfónicos...) con los temas de su época dorada. Aunque sí sigo manteniendo un vínculo emocional con Los Secretos del siglo XX: leí la biografía de Enrique cuando apareció, de vez en cuando recupero sus viejos discos,
y hace unos días vi el magnífico documental sobre su vida y obra en el programa Imprescindibles de La 2.
Con motivo de la mítica Marató de TV3, Los Secretos actuaron en un concierto benéfico a 10 kms. escasos de casa el pasado sábado, y en otro ejercicio de
revival (
como el de Miguel Ríos hace unas semanas), allí que me dejé caer en inmejorable compañía.
Con Álvaro ejerciendo de maestro de ceremonias, la banda ofreció lo que, me parece, llevan ofreciendo las dos últimas décadas. Fiel al legado musical de sus años de gloria, el repertorio se compuso en un 90% de lo que ya son clásicos del pop español: Quiero beber hasta perder el control, La Calle del olvido, Ojos de gata, A tu lado... También sonaron algunas menos conocidas (No me falles, Buscando, Margarita...). Y, en contadas ocasiones, y casi disculpándose por ello, Álvaro y los suyos reivindicaron su producción del siglo XXI (Mi paraíso, Ponte a la fila, Lejos). Pero saben que la gran baza, lo que lleva a la gente a sus conciertos, son los viejos temas, y a ellos se entregan. Así que el cancionero de Enrique Urquijo sobrevive y sigue emocionando a sus fans, que son legión. Pero a mi juicio faltó algo más: alguna sorpresa, alguna versión de una canción ajena, alguna reinterpretación inesperada de un viejo tema... También a los músicos se les ve algo resignados, (y es que ¿cuántos miles de veces puedes tocar Déjame sin acabar aburriéndola?). Recuerdo a Ramón Arroyo haciendo slide con el cuello de una botella de cerveza en los conciertos de principios de los 90, dejándose la piel en los solos mientras Enrique le miraba con complacencia. Poco queda de eso. Así que, pese a la incorporación de Txetxu Altube a sus filas, encargándose de mandolinas y acústicas, el virtuosismo y la entrega brillaron por su ausencia.
De todos modos, la retahíla de temas que interpretaron, unos 25 en las casi dos horas de concierto, hicieron que los asistentes quedásemos satisfechos, ya que con tan larga lista era imposible que no cayeran varios de los favoritos de cada uno (aunque a mí me faltó el blues Siempre hay un precio). Y además, es indudable que, por muchos años que pasen,
las canciones de Enrique Urquijo siguen poniendo la piel de gallina, y más en estos tiempos de lírica insípida que corren. Así que, en definitiva, disfrutamos del evento, cantamos a voz en grito, y ya muy al final, conseguimos olvidarnos de las dichosas medidas anticovid y nos acercamos al escenario para rememorar aquellos bolos de los 90, de pie, sin mascarillas, sin distancias de seguridad, y con 30 años menos.