Popa Chubby en la Sala Zero
Sala Zero (Tarragona),
domingo, 12 de marzo de 2017. ¿Cómo, o mejor dicho, por qué pasó a engrosar
mi discoteca el CD How’d a White Boy Get The Blues (2001), de Popa Chubby? Cuando lo compré no existía Youtube, ni Spotify, y
las emisoras de radio que se pillaban por mi zona raramente programaban blues-rock (por desgracia, eso no ha
cambiado demasiado a fecha de hoy). O sea, que dudo mucho que escuchara ninguna
canción suya en ninguna parte. Pero aun así me hice con él, y me encantó.
Así que, 16 años después, aluciné cuando David me dijo que
el neoyorkino tocaba ni más ni menos que en Tarragona. Por supuesto, no nos
íbamos a perder la cita, así que allí nos plantamos, un domingo, a las ocho de
la tarde. Mucho me temía que seríamos cuatro los gatos que asistiríamos al
concierto. Pero no: la afluencia de público, sin ser un exitazo, fue más que
digna. Y lo mejor: todos los asistentes nos entregamos al bluesman desde el primer minuto.
No sé cuánto pesa Poppa Chubby, pero no debe faltar
demasiado para los 200 kilos. Así que camina lento, inseguro, esquivando cables
y pedaleras para estrechar las manos de los asistentes de las primeras filas.
Pero cuando toma asiento y ataca con su Stratocaster desconchada, no hay quien
le pare. Empieza con un instrumental poderoso, con un sonido que recuerda a
George Thorogood. Pero no solo el blues-rock
domina el americano. Como él comenta con acento yanqui pero la mar de
entendible, ama el blues, el rock’n’roll, el jazz, el heavy metal… y da fe de ello tocando con maestría todos
los palos. Sus dedos rollizos se deslizan a velocidad de vértigo, su simpatía y
autenticidad conquistan al más receloso, y la Sala Zero se incendia. La banda,
bajo y batería, muy bien también, y aunque Chubby no hace más que tirarles
piropos, en ningún momento eclipsan al protagonista.
Su repertorio de temas propios lo complementan algunas
versiones tan curiosas como emocionantes, como el Hallelujah de Cohen o una reinterpretación instrumental del Over The Rainbow de Judy Garland. Al rato, Chubby decide dar un descanso a
la Strato. Abandona su taburete, se sienta en una segunda batería que hay en el
escenario (supongo que de los teloneros, aunque quizás era parte del equipo del
americano), y se enzarza en un brutal duelo con el bataca oficial. Y se revela que Popa, además de un virtuoso de la
guitarra, también lo es de las baquetas.
Tras casi diez minutos de gloria aporreando timbales y
platos, el bluesman vuelve a la
guitarra para seguir deleitando al personal. Las canciones se suceden, el tiempo
vuela, y caen los últimos temas y la última versión de la noche, la irresistible Hideaway de
Freddie King. En total, una hora y media orgásmica… y con un pequeño coitus interruptus. Tras despedirse del respetable y abandonar el
escenario, todos esperábamos unos bises para redondear el concierto. Pero mover
200 kilos no debe ser tarea fácil, y la noche anterior el americano había
tocado en alguna ciudad de Alemania, así que había sido una larga jornada para
Popa. O sea, que no volvió, y todos nos quedamos con ganas de más. Se le perdona,
ya que la velada había sido fantástica, y sin duda será para mí uno de los conciertos
del año.
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