La Traviesa (Torredembarra, Tarragona), 17 de marzo de 2019. Cinco meses después de su última visita, The Electric Alley
volvieron a tierras tarraconenses: en esta ocasión a la mítica Traviesa
de Torredembarra, que superó con creces el aforo máximo del local de
invierno gracias a la habitual legión de feligreses que
suelen frecuentarla.
Los gaditanos ofrecieron un magno espectáculo de
una hora y tres cuartos de duración, donde repasaron buena parte de sus tres fabulosos
discos, además de obsequiarnos con una versión de Up in Smoke de Blackberry Smoke y otra de Whole Lotta Rosie de AC/DC, más algunas estrofas de Wicked Game de Chris Isaac con las que terminaron el baladón Rusty, uno de los temazos de su último trabajo Turning Wheels
(2018). La fuerza y maestría de todos los miembros de la banda,
encabezada por la espectacular voz de su líder, y la calidad de sus
canciones, hicieron las delicias de los que ya conocíamos al grupo, y
también de los que lo descubrieron esa noche de domingo (hablé con
varios conocidos que nunca habían escuchado a The Electric Alley, y
todos alucinaron con estos herederos del mejor rock de los 70 y 80).
La Cantonada (Tarragona), viernes, 8 de marzo de 2019.
Lo peor de los conciertos de Rafa Pons es que se terminan. Una hora y media
da para lo que da, y la ya pingüe discografía del barcelonés
hace que inevitablemente se queden en el tintero canciones que un
servidor daría un brazo por que las incluyera en el repertorio. Me
faltaron Bobo, El último pedazo del pastel o Atento, entre otras.
Pero quedémonos con las alegrías: Pons, guitarra en ristre y culo en
taburete, coronó un showprácticamente redondo con la ranchera El Gallito,
acompañado
por los jaleos y risas del respetable, con el que había establecido la
complicidad habitual. Y es que las bromas marca de la casa y las letras
siempre ácidas de mi tocayo son una combinación infalible. Antes nos
había deleitado con algunos de sus
temas ya clásicos: En ti, No te jode, La mosso, la inevitable Julia
Roberts..., y había lucido lo mejorcito de su nuevo álbum La guerra del sexo
(2018): Estúpido,
Capullo Tonic, Como un hombre, Los reyes del mundo e Imposible,
canción con la que empezó el bolo en una Cantonada que había registrado una entrada muy digna, con todas las localidades (léase sillas) ocupadas. Aunque sin aglomeraciones
ni gente que tuviera que quedarse de pie, que ya se sabe que en este
país la canción de autor no goza del favor de los medios ni arrastra las
masas como el flamenco-trap de Rosalía.
Y
hasta aquí, esta crónica del concierto de mi admirado Rafa
Pons, al cual he visto en varias (aunque siempre insuficientes)
ocasiones y he hablado tantas veces de él en este blog, que hoy me ha
dado por hacer la crónica a la inversa, osease, del final al principio del espectáculo. Ya sabéis que nunca me canso de reivindicar a Pons, del derecho y del revés.
A finales del año pasado el gran Rafa Pons publicó nuevo disco, La guerra del sexo (2018), y viene a presentarlo mañana viernes a La Cantonada de Tarragona.
El barcelonés no actuaba en mi ciudad desde hace casi 4 años, así que
me comen las ganas de volver a verle en directo. Ya tengo la entrada en
la butxaca. Así que si alguien se anima, allí nos vemos.
Passito era un pub del centro de
Tarragona, a 50 metros de la Rambla Nova. Un local estrecho y alargado donde no
cabían más de 40 personas, y donde yo trabajaba de barman los fines de semana,
hace algo más de un cuarto de siglo. Estaba frecuentado sobre todo por grupos
de habituales que se dejaban caer por ahí cada noche de viernes y sábado, y que
acostumbraban a irse cuando la persiana ya estaba medio bajada. Entre los parroquianos
había un tal Manolo, un tío bajito y simpático que siempre tomaba lo que él
llamaba un “blues”, que no era más que un Jim Beam con Coca-Cola (nunca he
conocido a nadie más que nombrara así a este combinado, así que sospecho que fue
él quien lo bautizó así). Y acto seguido, cuando ya tenía el vaso largo en la
mano, inevitablemente pedía algún tema de Eric Clapton.
La colección de vinilos
del Passito no era excesivamente lucida, y que yo recuerde sólo había un disco
del músico británico: el Just One Night (1980), así que
pinchábamos Cocaine o After Midnight mientras Manolo saboreaba
su “blues”.
Me encantaban ambos
temas, así que una noche de viernes me llevé el mentado disco a casa, a la
mañana siguiente me lo grabé en una cinta, y al entrar a trabajar el sábado lo
devolví a su sitio tras los tocadiscos. Desde entonces, ese directo, que he
escuchado infinidad de veces y que siempre me ha fascinado, es mi álbum preferido de Clapton.
Mis temas favoritos… ¡Difícil
elección! Me encanta cómo abre, muy al estilo Bob Seger, con el rocanroleroTulsa
Time. En seguida se adentra en los terrenos del blues con el clásico Early In
The Morning, aunque la joya de este género en el disco es Worried
Life Blues, tan usual en su discografía y que aquí dura 8 minutos y
medio. También me gustan mucho el piano de If I Don’t Be There by Morning y el
sabor 100% sureño de Setting Me Up, original de Dire
Straits que aquí parece interpretado por Lynyrd Skynyrd. Y cómo no, la versión más
frenética que he oído del After Midnight de J.J. Cale.
Y ahora, la inevitable diatriba de abuelo Cebolleta. Passito no era el bar más rockero de la ciudad a principios de los 90, ni el
más auténtico, y de hecho, había varios del estilo por el centro, en lo que a
música se refiere. Lugares donde igual sonaba
una de El Último de la Fila o de Seguridad Social, que era los números uno por
aquel entonces, como una de los Kinks o de los Dobbie Brothers. O sea, que ponías
una canción de los 70 y no desentonaba: la gente la disfrutaba, e incluso la
bailaba, y todos tan contentos.
En el 95% de los pubs de la Tarragona de hoy, al DJ se le ocurre
pinchar Cocaine entre la nueva de
Shakira y el Despasito de turno, y le
queman la cabina con él dentro.