Sala Zero (Tarragona), sábado, 8 de abril de 2017. Llegué al concierto de Aurora & The Betrayers con nulas expectativas: había dado tres o cuatro escuchas a su segundo y último disco, Vudú (2017), pero no me acababa de convencer. Soul-rock
con buenas intenciones, pero que no me transmitía demasiado. Pero, ay,
amigos, ¡los mismos temas en directo son otra cosa! Las primeras pistas
las dieron el escenario, a rebosar de instrumentos (entre ellos, 4
teclados) y las pintas setenteras de los 6 músicos que lo coparon, que
parecían salidos de las primeras portadas de Lynyrd Skynyrd. Y
entonces apareció Aurora, un pedazo de mujer, enfundada en negro y con
un torrente de voz que sacudió la Sala Zero hasta los cimientos.
Definitivamente,
Aurora & The Betrayers es un grupazo que hay que disfrutar en vivo.
Se nota que los músicos están bragados en mil batallas de la escena musical
madrileña (especial mención al batería, que lleva el peso de la
sección rítmica con una energía desbordante). Las ambientaciones creadas
con órganos suenan de maravilla, rememorando la sicodelia de los 70.
Los arreglos de vientos son tan ricos como oportunos. Guitarra y bajo
aportan el toque
funk a la mezcolanza de estilos. Y Aurora,
poderosa Afrodita, es la líder perfecta de esta bestia de siete cabezas,
con una actitud desenvuelta a la par que chulesca (en el sentido
"rockero" de la palabra), y con esa garganta prodigiosa que le han
otorgado los dioses. Así que, casi dos horas de subidón y
soul setentero,
y una velada que me dejó encandilado y, efectos colaterales de
colocarse en las primeras filas, con las canciones de Aurora & The
Betrayers resonando en mi cabeza todo el domingo.
Por
cierto, fantástico también el público, muy entregado a la causa, y que
mereció los elogios de Aurora y los aplausos de toda la banda. Y
felicitaciones de mi parte al sector femenino, que no paró de bailar y
corear los temas: hay que reconocer que, en los conciertos de
blues-rock,
donde el 90% de los asistentes somos hombres, cuesta más animar el
sarao. Pero así de burros somos los tíos, que nos parece que queda de poco macho entregarse a la música.
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