jueves, 11 de agosto de 2011

Pantera y Dimebag

Mi amigo “Big” Samuel es un peligro. Salir con él es una operación de riesgo que solo me atrevo a realizar en contadas ocasiones. “Big” Sam debe pesar la friolera de 150 kilos, que mueve con soltura y endiablada velocidad en cuanto cae la noche. Cae la noche, y caen los cubatas como gotas minúsculas, que se deslizan por el gaznate insondable de Sam mientras yo intento en vano seguir el ritmo con mis raquíticas birras, las que en vano intento retener en mis manos un ratito sin beber, para desacelerar un poco el ritmo.

Pero Big Sam no está para chiquitas, y ya vuelve a la carga con nuevos vasos, a la vez que impreca con voz de trueno: “Els collons me’ls acabareu, però la pasta no!” (“Los cojones me los acabaréis, pero el dinero no.”). Pete está a mi lado, y me mira con gesto de extrañeza. Es sueco y está de intercambio desde hace unos meses, y su escaso catalán no le ha permitido disfrutar de todos los sutiles matices de la sabia frase de Sam. Se la traduzco al inglés, y le aclaro que, evidentemente, Sam está más pelado que yo, y que tan solo se trata de una bravuconería que indica que empezamos a calentar motores en serio. Acabo de hacer el click, aquel momento de la noche en que ya no te importa si mañana te levantas temprano, si estarás cansado o con resaca, o cuanto dinero te gastarás.

Una sonrisa asoma a mis labios, y a pesar del discotequero y horrendo lugar en el que nos encontramos (Sam ha querido pasar por una sala de fiestas), tengo que reconocer que me lo estoy pasando genial.

Todo ha empezado después de cenar, cuando Sam ha entrado en modo reclutamiento con la excusa de ir a ver una banda de versiones de U2, que tocaban cerca de aquí. Muchos amigos han conseguido excusas razonables y ahora duermen felices, pero la verdad es que yo tenía ganas de salir. La oferta de Sam asegurando que iba a conducir él y que no bebería (“llevo tres días haciendo dieta, no voy a romperla ahora”) me ha acabado de convencer. Pete se apunta a un bombardeo, y el gran Bill Gates, otro personaje curioso de orografía facial difícil, ha acabado de redondear un cuarteto que promete. Como no usemos a Pete como avanzadilla para ligar, lo tenemos claro.

En el coche yo me encargo de la música, como siempre que vamos con Sam. En una ocasión así es necesario algo de alto voltaje. Abro el Spotify y enchufo “Walk” a todo volumen. En cuanto suenan las primeras notas, me acuerdo con pesar del gran Dimebag Darrell, y le explico a Sam su historia y la de Pantera, mientras Pete asiente complacido y Bill abre una lata de Voll Damm, que está a temperatura ambiente.



Le explico como nos volaron la cabeza a todos en los noventa, como revolucionaron el metal, como sus canciones se convirtieron en himnos y bandas sonoras de nuestras juergas, alegrías, peleas y desgracias. Le cuento que me sentía roto como ellos cuando escuchaba “I’m Broken”, que le susurraba “Cementery Gates” al oído de mi chica, en el asiento de atrás de aquel coche que era nuestra noche, y que “Cowboys from Hell” me sigue pareciendo tan grande como el primer día que la escuché. Y le cuento como le mataron, le cuento con rabia como entró un trastornado en un concierto de Damageplan y le voló la cabeza, maldita ley que permite que todo el mundo tenga armas, dejándonos a todos sin uno de los guitarristas más grandes que ha parido madre.




Dimebag Darrel, descansa en paz. Somos muchos los que te recordamos, somos muchos los que aún disfrutamos con tu música, somos muchos los que explicamos tu historia a nuestros amigos.

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