sábado, 10 de julio de 2010

El muro de Berlín

Es curioso que, en Berlín, la atracción turística más buscada por los visitantes es una que ya no existe. Hace 20 años que cayó el muro, y sólo en escasos puntos de la capital alemana continúan en pie pedazos de él. Algunos trozos están repletos de graffiti, mientras otros conservan su gris hormigón. En otros lugares (cerca del Reichtag, por ejemplo), dos filas de adoquines en el suelo recuerdan por donde se extendía la pared que partía la ciudad en dos. Pero en la mayor parte de Berlín es imposible adivinar donde estaba la línea divisoria, qué parte era RFA y qué parte RDA.

Sin duda la caída del muro representó un gran triunfo de las libertades, el fin de una época de represión y dictaduras en la Europa comunista. Pero también hay que recordar qué pretendió encerrar desde 1961 hasta 1989: las ruinas de unos ideales muy nobles, la quimera de una sociedad sin ricos ni pobres, donde todo el mundo tuviera los mismos derechos, donde los poderosos no pudieran pisotear a los parias. Un sueño que fue aniquilado por la corrupción, la avaricia y la intolerancia, y que se intentó aprisionar para que la gente no huyera de las cenizas ardientes del comunismo, y para que el resto del planeta no viera que los humanos nos habíamos cargado, otra vez, la posibilidad de construir un Mundo más justo.




Ese tipo que va al club de golf si lo hubieras visto ayer
dando gritos de “Yankie go home”, coreando slogans de Fidel.
Hoy tiene un adoquín, en su despacho, del muro de Berlín.
Ese mismo que tanto admiró la moral estilo soviet
por un catorce por ciento cambió, la imaginación al poder.
Desde que a Hollywood, llega una línea, del metro de Moscú.

Ha muerto Rasputín, se acabó la guerra fría
que viva la gastronomía.
Y uno no sabe si reír o si llorar
viendo a Rambo en Bucarest fumar la pipa de la paz.

Ese que “al capitán Goma Dos” con spray pintaba en la pared,
sufre de exceso de colesterol si fluctúan los tipos de interés.
Y tiene un adoquín, en su despacho, del muro de Berlín.

No habrá revolución, es el fin de la utopía
que viva la bisutería.
Y uno no sabe si reír o si llorar
viendo a Trotsky en Wall Street fumar la pipa de la paz.

Ha muerto Rasputín, se acabó la guerra fría
que viva la peluquería.
Y uno no sabe si reír o si llorar
por lo menos que le pongan hash a la pipa de la paz.

Siempre que lucha la KGB contra la CIA
gana la final la policía
sobre el rencor de clase floreció el amor,
ayer Lenin y Sza Sza Gabor se casaban en New York.
No habrá revolución se acabó la guerra fría
se suicidó la ideología.
Y uno no sabe si reír o si llorar…

Joaquín Sabina - El muro de Berlín (1990)

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