La larga agonía del rock'n'roll
Entro a comer en una brasería llamada Rock & Café. En el escaparate, un cartel enorme con la palabra ROCK troquelada. En las paredes, fotografías en colores chillones, muy a lo Andy Warhol, de Mick Jagger, de Angus Young, de Robert Plant... Y sonando a todo trapo, una música insultantemente empalagosa que no logro identificar. Por morbosa curiosidad, ejecuto Shazam. Se trata del disco en directo Tour Terral: Tres noches en Las Ventas de Pablo Alborán. Espero que traigan pronto el menú: este almuerzo se me va a hacer muy largo.
En esto, señoras y señores, es en lo que se ha convertido el ROCK para las generaciones del siglo XXI: un concepto que mola, un elemento de márqueting,
un logo, un slogan. Bebés con bodies de Los Ramones. Milenials con camisetas de AC/DC compradas en el Springfield. Hipsters con los labios de los Stones estampados en los calcetines. Cantantes de trap con sudaderas de Guns n' Roses. Youtubers con el bigote de Freddy Mercury, con las gafas de Elton John. Influencers con la portada del Aladdin Sane de Bowie en el top...
Mientras tanto, en los conciertos de rock, el 99% del público está formado por gente de más de 40 años. Los únicos jóvenes son los que están sobre el escenario: bandas como
Imperial Jade,
The Electric Alley, The Kleejoss Band, The Mothercrow... Chavales y chavalas que mantienen viva la llama, y de puta madre además, dejándose la piel para que un puñado de viejunos disfruten rememorando los tiempos de gloria del rock'n'roll. ¿Hasta cuándo? ¿Cuánto aguantaremos los que ahora somos cuarentones o cincuentones yendo a ver música en vivo? ¿10 años más? ¿20? ¿30, a lo sumo? Entonces, se habrá terminado. Los grupos que ahora son jóvenes, o los cuatro frikazos que harán música con una guitarra en lugar de con un programa de ordenador, se quedarán sin público, sin nadie que vaya a oír esas canciones que suenan de lujo y que beben de los sonidos que reinaron en la segunda mitad del siglo XX. Y así morirá el rock'n'roll, porque sin oyentes no hay bandas, y sin bandas no hay música.
Aprovechemos estas pocas décadas que nos quedan: yendo a conciertos, frecuentando los garitos que se resisten al reggaeton y engendros similares. Y el día que el rock muera, que ya solo se escuche, así como muy de fondo, en un anuncio de sillas de ruedas eléctricas para abueletes nacidos para ser salvajes, diremos a nuestros nietos: escuchad, niños, esto que suena es Steppenwolf, y ésta era la música que, cuando teníamos vuestra edad, nos hacía vibrar, gritar, saltar, bailar, reir, llorar, rebelarnos, emocionarnos.