Un adiós a Krahe
La pasada noche fallecía, a los 71
años de edad, el grandísimo Javier Krahe. No voy a hacer
aquí un repaso a su trayectoria, con la obligada referencia al
disco La mandrágora, de eso ya se encargarán los
periódicos de mañana. Pero sí me gustaría realzar la importancia
de su lírica magistral, que ha influido a tantos y tantos
cantautores de este país. Su dominio del lenguaje era tal que solo
Sabina, alumno aventajado, estaba a su altura, y la mordacidad de sus
letras era única. A esas canciones ácidas, insolentes, coñonas, a
la vez que estilísticamente insuperables le acompañaba el
personaje: su flema era su rasgo más característico, y las dos
veces que tuve la suerte de disfrutarlo en directo dio muestras de
ella, con una desternillante sobriedad que me recordó al genial
Eugenio.
En los últimos años se le adivinaba
frágil, y de hecho en esas dos ocasiones tuvo que interrumpir alguna
de las interpretaciones por un ataque de tos. Pero, cínico hasta la
médula, Krahe no podía evitar reírse hasta de sí mismo y por ende
de su precaria salud, y en 2010 publicó un álbum con el sublime título de Toser y cantar.
He estado pensando cuál de sus
canciones era mi favorita, para que acompañara este pequeño
homenaje: Villatripas, Un burdo rumor, La tormenta,
Marieta, Ciencias ocultas, Los caminos del Señor,
Ron de caña, Nos ocupamos del mar, En la costa
suiza, Navalagamella... Me ha sido imposible decidirme .
Así que he elegido la que, dada su escasa querencía por la fama y
el reconocimiento público, creo que le sirve mejor como epitafio.
D.E.P.
Y todo es vanidad
Gracias a mi conducta vagamente antisocial
temo no verme nunca encaramado a un pedestal:
no alegrará mi efigie el censo de monumentos,
no vendrán las palomas a rociarme de excrementos.
Y es una pena, la verdad,
porque sería muy bonito
seguir de adorno en mi ciudad
sobre un bloque de granito.
Pues qué penita y qué dolor,
no tendré estatua, no señor.
Gracias a mi postura más bien anticlerical
no será un siglo de éstos cuando entre al santoral:
no acudirán beatas a pedirme un milagrillo,
no vendrán los ladrones a vaciarme mi cepillo.
Y es una pena, la verdad,
porque tenía cierta gana
de echarle un ojo a la deidad
mientras me doran la peana.
Pues qué penita y qué dolor
no tendré culto no señor.
Gracias a que mi musa se las da de cerebral
son pobres mis compases para expresión corporal:
no danzarán mis prosas las reinas de discoteca,
no vendrán los carrozas a hacer su gimnasia sueca.
Y es una pena, la verdad,
porque sería algo inefable
cambiar la torpe realidad
y ser o Borges o bailable.
Pues qué penita y qué dolor
no tendré el Nobel, no señor.
Gracias a mi tozuda decisión existencial
no cabe entre mis planes dar ningún salto mortal:
no gozará las honras funerales mi alma en pena,
no vendrán los gusanos a tirar de la cadena.
Y es una pena, la verdad,
porque sería algo divino
ver cómo todo es vanidad,
y yo en decúbito supino.
Pues qué penita y qué dolor
no tendré esquela, no señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario