Hace unos meses, cuando repasé 40 de los discos de rock que me habían marcado la adolescencia, olvidé incluir en la lista No Fuel Left for The Pilgrims (1989), de los daneses D-A-D. Craso error, a fe mía: en mis años mozos lo escuché hasta la saciedad, ya que me encantaba esa mezcla entre hard rock y música del Oeste que lo caracterizaba. El álbum empezaba con el que fue el primer single, Sleeping My Day Away, con ese riff de
guitarra tan ZZ Top al que se le unía ese bajo que sonaba a banjo
eléctrico y ese medio tiempo de batería que conferían al tema unos aires
fronterizos más propios del tórrido estado de Texas que de la gélida
Dinamarca.
Continuaba con un trallazo, Jihad, una canción de carretera
que contenía la frase que daba título al disco, y que era (y es) una de
mis favoritas. Luego seguía con temas más calmados, Point of View y Rim of Hell (ojo, con calmados no quiero decir baladas, ya que el disco carecía de ellas), para empalmar con ZCMI, de tintes rockabillies, y dar paso a True Believer, un rock'n'roll de inspiración mötleycrüeniana y lírica motera. Y luego, los que conocéis el disco ya lo sabéis: Girl Nation, Lords of The Atlas, Overmuch... Temas donde el country, el southern, el rock duro y el punk se daban la mano, todos regados con unos riffs y unas líneas de bajo de lo más particulares, que dotaban a D-A-D de un sonido inconfundible.
Sonido que, por cierto, nunca han abandonado, ya que su último trabajo, DIC.NII.LAN.DAFT.ERD.ARK (2011), sigue teniendo ese sabor cowpunk que ya caracterizaba a la banda en sus inicios. Me temo que no entrará en mi Hall of Fame particular, pero No Fuel Left... sí lo hizo. Y por la puerta grande
Durante los últimos años, muchas viejas glorias del hard rock han
reunido sus bandas de antaño para volver a los escenarios (léase Van Halen, Whitesnake, etc.), mientras otras han preferido crear nuevos grupos. De estas últimas, quizás el ejemplo más sonado haya sido
el de Black Country Communion, pero han habido más casos, como Buck Satan and The 666 Shooters, del todavía líder de Ministry Al Jourgensen, y del cuál ya hablé aquí.
Otro caso son The Union, formado por Luke Morley, guitarrista de los disueltos Thunder. Tras un homónimo álbum de debut en 2010, The Union publicaron un fantástico trabajo el año pasado, Sirens' Song (2011), que últimamente está sonando muy a menudo en mi iPod. Rock setentero e influencias de los Black Crowes a cargos de estos británicos, una propuesta a tener muy en cuenta, tanto por éste como por futuros trabajos.
Otra vieja gloria que ha vuelto a la palestra musical ha sido Michel Kiske, exlíder de los míticos Helloween. El nuevo grupo del alemán se llama Unisonic, al igual que su primer LP (Unisonic, 2012) y el tema que lo abre. Un disco magnífico, y bastante ecléctico, con temas que van del speed al metal melódico pasando por el sleaze. La voz de Kiske está en un momento de forma espectacular, y los músicos que le acompañan no le van a la zaga. Un pedazo de álbum, con temas
irresistibles (Unisonic, Never Too Late, Never Change Me...) y que vaticina que esta banda alemana nos dará muchas alegrías en los años venideros.
Ando estos días de regreso al blues, y enganchado a esa obra maestra que es
Ice Pickin' (1978), del Master de la TelecasterAlbert Collins. Menudo
discazo, sin un tema malo, con instrumentales como Ice Pick o Avalanche,
con Too Tired, ese clásico que luego rememoró Gary Moore, y con esos
diálogos a tres, entre Collins, la mujer fatal de turno, y su guitarra (Honey, Hush, Conversation with Collins, Master Plan...). Un lujo de trabajo, el primero que publicó con Alligator Records, sello sin el cual la historia del blues
eléctrico no sería la misma.
Sirva este post para
homenajear a ese genio que fue The Ice Man, que el próximo octubre cumpliría 80 años si un cáncer no se lo hubiera llevado por delante
en 1993. En mi opinión, Collins es uno de los grandes olvidados del blues, pese a
estar a la altura de otras leyendas como podrían ser Los 3 Reyes (Albert, Freddie y B.B. King). Pocas guitarras suenan como sonaba
la del tejano, y al parecer sus directos eran apoteósicos, no sólo
por su savoir-faire a las cuerdas, sino también por su entrega y sentido
del humor. Un ejemplo, quizás el más sonado: en medio de un solo en
un concierto en Austin, Collins bajó del escenario y, sin dejar de
tocar, abandonó el recinto. Varios minutos después de volver a entrar
por la puerta y regresar a escena, un repartidor entró en el concierto y
le entregó la pizza que había pedido al dejar el edificio.
Sala Zero (Tarragona), 31 de marzo de 2012. De primer plato, los que más nos interesaban: Dr. Crüe, encargándose del homenaje a uno de los grandes: Mötley Crüe. Muy bien todos: buenos músicos, y fantástica voz la del frontman, que fue de menos a más. Cayeron los que tenían que caer: Red Hot, Smokin' in The Boys Room, Shout at The Devil, Girls, Girls, Girls... y Kickstart My Heart,
por supuesto. Una gozada, y una lástima que no se prodigaran media hora
más, porque siempre quedan en el tintero aquellos temas que no
pertenecen a los greatest hits pero a los que uno tiene un cariño especial (Use It or Lose It, en mi caso).
De segundo plato, Kiss of Death. Con los Kiss (me refiero a
los auténticos) no hay término medio: o los amas... o no entiendes como
alguien pueda hacerlo. Yo me incluyo en el segundo grupo. Nunca me han
enganchado sus temas (a excepción de Lick It Up y alguno más), y
su petardeo me produce cierta grima.
La banda de tributo, muy en su
papel: todos maquillados, con disfraces bien conseguidos (aunque me
quedé con la duda de si los pinchos de palmo de la vestimenta del
Simmons original son de metal, o de plástico como los de su clon),
plataformas, y la pose prepotente que caracteriza a la banda
neoyorquina. También cayeron las que tenían que caer, supongo (aunque la
mayoría ni me sonaban), y gustaron a los fanáticos de Kiss. Pero a
mí, la verdad, este Eric Carr me recordaba a Garfield; Ace Frehley a Tortell Poltrona; Gene Simmons a Massiel; y Paul Stanley
no debería haber comprado el maquillaje en los chinos, porque tras 20
minutos de concierto el sudor y los churretes le habían convertido en Alice Cooper con resaca.