Cuando estuve en Oporto hace ya casi 10 años me quedé con las ganas de ir a un concierto de fados. Así que en la que iba a ser mi segunda vez en Portugal y primera en Lisboa decidí que no desaprovecharía la ocasión, aunque tampoco estaba muy seguro de querer meterme en un restaurante para guiris en el que te soplaran 50 euros por cena más espectáculo.
Por suerte, el señor Google nos recomendó un local que parecía todo lo contrario: la Tasca do Chico, donde al parecer cantantes más o menos amateurs habitualmente se dejan caer para ser escuchados. Así que allí que nos fuimos, y aunque el buscador decía que las jam sessions eran los miércoles y los sábados, tuvimos suerte: era jueves, pero la cola que había en la puerta anunciaba que algo se cocía allí.
Tras 20 minutos de espera, un orondo y entrajado hombre de mediana edad, al que tomé por el acomodador, nos buscó un par de sitios en una mesa compartida, en el local lleno a rebosar. Los cuadros de fotografías del tal Chico con fadistas (de los que solo reconocí a Ana Moura) cubrían las paredes hasta no dejar un cm2 al descubierto. Una guitarra portuguesa y una española colgaban en la pared de enfrente nuestro, instrumentos que, al poco de entrar, descolgaron una chica y un chico: los músicos residentes. Se atenuaron las luces, y mira tú por donde, el supuesto acomodador apoyó su espalda sobre una columna y empezó a cantar fados.
Resulta que la Tasca do Chico ofrece fado vadio, osease, fado amateur. Desconozco si el acomodador había sido profesional en tiempos pretéritos, pero la verdad es que lo hacía de colhón de mico. Tras tres temas, se volvieron a encender las luces y hubo unos 15 minutos de descanso, tras los cuales el acomodador que resultó ser fadista presentó a una chica francesa que había pedido cantar. El ahora presentador supuso que la fille tenía familia portuguesa o fadista, a lo que ella negó. Pero una vez ante los músicos, quién lo diría, porque interpretó con soltura (y algún desliz) tres fados que intuí clásicos, ya que muchos de los asistentes corearon.
A la siguiente encendida de luces, y ya terminadas nuestras caipirinhas, marchamos y dejamos nuestros lugares a dos agradecidos clientes de la larga cola. Me quedé con ganas de más, pero el tute de andar por Sintra había pasado factura. Buen sabor de boca, pues, en ésta mi primera (y espero que no última) experiencia de fado en directo.