Estoy haciendo senderismo por la Sierra de Guara, una ruta que me han recomendado en la Oficina de Turismo de Alquézar y que está resultando espectacular. Sobre mi cabeza, buitres leonados, alimoches, quebrantahuesos e incluso algún águila real. A mis pies, el cañón del río Vero. Y por todas partes, macizos gigantes de piedra granítica recortando el cielo azul.
De repente, en algún lugar del camino entre el pueblo de Asque y el de Colungo, encuentro un pequeño puente sobre una grieta: el Puente del Diablo.
La ocasión la pintan calva. Me descuelgo la mochila, me siento bajo la escasa sombra de un matorral, saco mi armónica de blues, y empiezo a tocar. Estoy esperando que el Maligno se me aparezca, y me convierta en un virtuoso del instrumento a cambio de mi alma (como decía Tommy Johnson en la película O Brother, "no la usaba demasiado").
Pero qué demonios: aquí no viene nadie.
Tras unos minutos de concierto a las hormigas, guardo la armónica, vuelvo a colgarme la mochila a la espalda, y emprendo mi regreso a Alquézar.