Vergüenza
Soy español. Hace casi medio siglo un espermatozoide fecundó un óvulo en un lugar entre los Pirineos y Gibraltar, y más o menos en el mismo sitio, 9 meses después, nací yo. Así que soy español igual que soy catalán e igual que soy tarraconense: por puro azar. Si esa coyuntura se hubiera dado 300 kms. más al norte hubiera sido francés, y si lo hubiera hecho 800 kms al sur, sería marroquí. Y si lo hubiera hecho 10.000 kms. al este, chino. Así que no le veo sentido a decir que me "siento" español, ni me puedo enorgullecer de ello, ya que no ha requerido por mi parte ningún esfuerzo, ni siquiera es algo que haya decidido por voluntad propia. Igual que no me puedo "sentir" castaño o estar orgulloso de haber nacido en agosto. Ha sucedido, y ya está.
Del mismo modo y por idénticas razones, tampoco debería avergonzarme por ser español. Y desgraciadamente, en momentos como los que estamos viviendo, he de decir que sí me ocurre. Enciendo el televisor y siento un bochorno horrible por haber nacido en este país.
Los causantes de esta vergüenza es la clase política (y aquí "clase política" es un oxímoron) que ha gobernado durante décadas España, y que ahora se encuentra en la oposición, a la que hay que sumar al resto de partidos de derecha y ultraderecha. Mientras en el resto del mundo las formaciones políticas de la mayoría de países han aparcado sus diferencias y se han unido para combatir la pandemia del COVID-19, aquí, desde el minuto uno, las hienas del PP, Cs, VOX, JxCat, etc. se han lanzado a sacar rédito político del desastre, a arrancar a dentelladas los votos que puedan de las tumbas de los muertos sin funeral que ha dejado el virus a su paso.
Recuerdo a Pablo Casado diciendo, al inicio del Estado de Alarma, que era el momento de apoyar al Gobierno, pero que ya llegaría el momento de depurar responsabilidades cuando acabara la pandemia. No se lo creían ni ellos. Aún no había llegado el virus a su apogeo, anotándose muertes y estrangulando a sanitarios y servicios esenciales, y ya estaba la maquinaria pepera escupiendo su crítica tóxica y destructiva, sin respeto alguno por los que se estaban dejando la vida en los hospitales, laboral y literalmente hablando. No era cuestión de dejar que todos los votos que se cosechan sembrando odio en tiempos convulsos se los llevaran los neofascistas de VOX,
afianzados desde hacía días en la trinchera de los cobardes con su metralleta de disparar mierda. Y el resto de formaciones de derecha, tanto constitucionalistas como nacionalistas, también a lo suyo: buitres revoloteando sobre el camposanto para lanzarse en picado y hacerse con su pedazo de carroña.
Todos tenían másters en epidemiología, todos sabían más que los científicos sobre enfermedades contagiosas, todos tenían una experiencia abrumadora en pandemias desconocidas. Lo que movía a los médicos e investigadores que proponían las precauciones sanitarias eran intereses políticos. Lo suyo era altruismo, patriotismo, amor desinteresado a esa España encerrada y atemorizada.
Y ahí siguen unos y otros, en su estrategia de acoso y derribo, alentados por las encuestas electorales que les auguran los votos prometidos. Llamando al golpe de estado, azuzando a sus acólitos de pelo engominado y chaleco Ralph Lauren, exhortando a los ciudadanos de bien a que desobedezcan las ordenanzas sanitarias y salgan a la calle a salvar al país de las hordas comunistas. Es el momento de sentirse ESPAÑOL, de demostrar con cacerolas en las manos y envueltos en trapos de colores el orgullo patrio, a falta de méritos propios de los que sentirse orgulloso. El partido del gobierno nunca ha sido santo de mi devoción, considero que tiene muchas cosas malas. Pero lo de la derecha casposa y recalcitrante de este país es otro nivel, es jugar en otra liga.
Los científicos encontrarán una vacuna contra el virus. Pero no contra la mezquindad.