Tras 50 años, Arsis, la penúltima tienda de
discos que quedaba en Tarragona, cierra sus puertas. Raro es que haya tardado tanto,
dado el escaso mercado actual de la música en soporte físico, pero que
su cierre fuera previsible no te quita ese punto de melancolía que
conllevan noticias como éstas.
La
tienda está en liquidación desde hace días, así que no pude evitar
dejarme caer por ahí y agenciarme unos CDs, formato que, a pesar de lo
criticado por los acérrimos del vinilo, siempre me ha gustado bastante. Las piezas que me llevé a casa fueron un recopilatorio de Miles Davis (The Real Miles Davis, 2011), el From the Cradle (1994) de Eric Clapton y elBehind the Mask (1990) de Fleetwood Mac, que ya tenía en plástico y que tiene algunos temas que me encantan, como el poco conocido The Second Time que cierra el disco, donde la voz de Stevie Nicks todavía me pone los pelos de punta.
Los años 80 sembraron de bandas de rock urbano las
periferias de las grandes ciudades españolas. Algunas de ellas (Leño, Los Suaves,
Barricada...) cataron las mieles del éxito y se convirtieron en parte de
la historia musical de este país. Pero la inmensa mayoría no pasaron de
tocar en garitos y fiestas de barrio, grabar 2 o 3 LPs, con suerte telonear alguno de los grupos del momento, para luego
disolverse. Podríamos decir que éste es el caso de Esturión, una formación nacida en Vallecas que publicó su primer trabajo, este Vicio que hoy nos ocupa, en 1989.
No soy muy de rock urbano,
pero sí me gusta mucho este disco, sobre todo porque a los sonidos
típicos y tópicos del género añade unas sonoridades no demasiado
habituales: el blues y el rhythm & blues. De hecho, aunque todas las canciones son buenas, para mí las tres joyitas que contiene son las tres más blueseras, las tres sonando consecutivas en lo que sería la cara A del vinilo.
Qué echaste en el vaso es un rock'n'roll
divertido y muy cañí, con guitarras a lo Chuck Berry, teclas a lo Jerry
Lee Lewis... y la voz de teleñeco de José Antonio Cano alias Txiquitín. Le sigue un pedazo de blues a medio tiempo, El último juicio,
donde la armónica se luce al igual que ya hizo en el tema anterior. Y
los útimos acordes empalman, casi como si pertenecieran al mismo
corte, con Ritm and blues (sic): una gozada de
instrumental que he escuchado cientos de veces desde que un amigo me lo
grabó en una cinta hace 30 años. Me flipa esta sobredosis de energía
condensada en 1 minuto y 53 segundos. Una canción frenética, atroz, con
los instrumentos volando en sincronía y terminando con unos compases
ralentizados de puro agotamiento.
He de decir que el resto del disco también está muy bien, repleto de los signos de identidad del rock macarra de la época.
De hecho, a mi pesar, Esturión siguió insistiendo en el estilo
arquetípico del género en sus dos siguientes (y últimos) trabajos,
endureciendo su sonido y dejando de lado esas influencias blueseras,
que era lo que más me atraía de la banda.
Un buen álbum, pues, para revivir el sabor del rock ochentero
de barrio más allá de los trillados Leño y compañía, y para que los más
blueseros se deleiten con las tres canciones mentadas. Además, en 2016 se publicó una versión remasterizada que suena de vicio. Y nunca mejor dicho.
Hace unos años leí unartículo en La Vanguardia que hablaba de El Club de los 100:
un club en realidad inexistente, que se considera que lo forman los
viajeros que han visitado más de 100 países.
Nunca he aspirado a
convertirme en miembro de ese club, pero acabo de darme cuenta que sí he
entrado en el que podríamos llamar El Club de los 50.