Sala Zero (Tarragona), lunes, 30 de octubre de 2017. Había perdido la pista a The Godfathers
hace casi 30 años, cuando tuvieron su momento de gloria gracias a sus
dos primeros discos y, sobre todo, a su tema más exitoso, aquel Birth, School, Work, Death. De todos modos, ya por aquel entonces su rock británico con toques punk y new wave no era mi estilo favorito (en aquellos tiempos yo estaba por sonidos más yankies).
Así que, cuando David y yo vimos que tocaban en Tarragona, un lunes a
las 22.30h, al principio tuvimos nuestras reservas. Pero dimos unas
escuchas a su último trabajo, Big Bad Beautiful Noise (2017) y nos gustó. Y como teníamos mono de música en directo, hicimos nuestra la máxima que dice que mejor una mala noche de rock'n'roll que una buena noche de tele viendo Gran Hermano VIP.
Lo bueno de ir a conciertos entre semana, en una ciudad pequeña como la nuestra, y de grupos fuera del
mainstream, es que todo queda muy en familia. De hecho, al llegar a las puertas de la Sala Zero encontramos a
Peter Coyne,
líder y voz principal de los Godfathers, medio oculto entre las
sombras, enfundado en su traje de batalla y fumándose un cigarrillo para
ir calentando la garganta. La sala, muy lejos del lleno: unas 70
personas nos congregamos para disfrutar de la veterana banda, lo cual te
permite moverte e ir cambiando de perspectiva, e incluso ocupar las
primeras filas, cosa que hicimos a ratos.
Entrando en materia, el
concierto, la verdad, fantástico. Pese que algunas canciones rondan las
tres décadas, los Padrinos suenan frescos, pegadizos y, sobre todo, muy
potentes. Un auténtico trallazo de
rock'n'roll: temas cortos y contundentes que inevitablemente recuerdan a Ramones (de hecho, terminaron versionando
Blitzkrieg Bop), y otros ligeramente más melódicos, de tintes
power-pop,
R&B y
new wave.
Pero todo muy poderoso, sin baladas ni pijadas que suavizaran la
descarga eléctrica que suponía cada bombazo de los británicos. La
banda, brutal, con esa extraña mezcla de flema inglesa y pasión
desbordante que la caracteriza, e instrumentalmente impecable (a
destacar el batería, de aquellos virtuosos en los que al principio no
reparas, y que cuando te fijas en lo que están haciendo te dejan
boquiabierto y ojiplático). Y el repertorio, acertado, aunque algo
corto: una hora y pocos minutos de
show, y es que alguna pega tienen que tener los conciertos en salas y ciudades pequeñas: que a veces caen temas del
set list que sí interpretan en plazas más grandes.
que nos dejó más que satisfechos, y con la sensación de haber (re)descubierto una gran banda.