lunes, 27 de abril de 2009

Manel en la Sala Zero

Gracias a su disco de debut, Els millors professors europeus (Discmedi, 2008), Manel son la sensación del momento en el panorama musical catalán. Más cercanos al folk que al pop convencional, y herederos de Sisa, Albert Pla o Pau Riba, sus canciones son coloridas postales de cotidianeidad: Manel bebe de la tradición stendhaliana ("una novela es un espejo que se pasea a lo largo de un camino") para retratar instantes con un minimalismo y una poesía naïf que han conquistado a cientos de seguidores.


Pese a ello, cuando antes que salieran a la venta las entradas de su concierto en Tarragona (Sala Zero, viernes 24 de abril de 2009), alguien me dijo que se iban a agotar, me resistí a creerlo: la Sala Zero es bastante grande, la hora del concierto (9pm) no era la más propicia para atraer a las masas, y la música de Manel me parecía más propia de minorías que de multitudes. Pero me equivoqué de mig a mig: el día antes, un mail de la organización avisaba que todas las localidades se habían agotado, y que no se venderían entradas en taquilla.

Pocas veces he visto un público más entregado. Desde los primeros pasos del concierto, la gente que abarrotaba la sala y se encaramaba por las escaleras tarareaba todas y cada una de las canciones, aplaudía a rabiar, y reía las gracias del líder del grupo (que, serio e impávido, me recordaba al gran Eugenio, e.p.d.). Hay que reconocer que, los temas, algo faltos de producción en el disco (como toda buena opera prima que se precie), ganaban enormemente en directo. Y además, la banda tuvo el acierto de acortar o acelerar algunos temas, alargar otros, e incluso dejar a los más voluntariosos inventar y cantar algunas estrofas sobre el escenario. Las anécdotas que contaban, la música sin estridencias pero también sin fisuras, su lírica irresistible, y la entrega del respetable hicieron el resto.Y así desgranaron todo su álbum, e incluso se atrevieron con tres versiones que hicieron las delicias de los más fans: Common People de Pulp, No t'enyoro de Els Pets (con la participación del líder de este grupo, Lluís Gavaldà) y la broma de la jornada: La Tortura, de Shakira y Alejandro Sanz).

En total, hora y media de concierto, rendición de todos los asistentes al directo de Manel, ganas de más, y a ver si llegan el segundo disco y una nueva visita de los barceloneses. Esperaremos.



miércoles, 15 de abril de 2009

Pasión morada

Este Viernes Santo estuve en Calanda, y... en fin, sobran las palabras...

(las almas más sensibles, que se salten las dos últimas fotos)














jueves, 9 de abril de 2009

Ajuste de cuentas


Dando un vistazo a los álbumes cargados en mi reproductor de MP3, me doy cuenta que la gran mayoría los tengo gracias a posts y sugerencias de la blogosfera musical que habitualmente consulto. Por tanto, y como es de bien nacido ser agradecido, no puedo dejar de dar las gracias a los que día a día me descubren discos imposibles de escuchar en la radiofórmula. Aquí van algunos agradecimientos:

...y por supuesto a David, el gran ausente (¡vuelve a la Calle, canalla!), por Bulletproof de Reckless Kelly, Low on Cash, Rich in Love de Eric Lindell, Ready an' Willing de Whitesnake, Texas Cannonball de Freddie King, y muchos, muchos más.


¡Gracias 1000 a todos, y buena Pascua!

sábado, 4 de abril de 2009

Estampas venecianas

En la página 24 de la guía Popout dice que "Venecia no es un buen lugar para oír música de vanguardia. El repertorio está dominado por obras barrocas del siglo XVIII, de Vivaldi especialmente". Es verdad: en una ciudad dedicada casi íntegramente al turismo, no vi un sólo cartel anunciando un concierto de rock, pop o jazz. Pero la magia de Venecia es precisamente ésa: anclarse a un pasado esplendoroso, y hacer retroceder en el tiempo al visitante, sin cambiar su estética y sus espectáculos, mientras la ciudad se hunde en las aguas.

Las callejuelas y puentes a menudo desembocan en campi o campelli, minúsculas plazoletas donde indefectiblemente se erige una iglesia, encajonada entre casas y canales. Entramos en algunas de ellas y, en dos ocasiones, encontramos músicos ensayando para el concierto de esa tarde. La primera vez fue un pianista que, allegro ma non troppo, repiqueteaba las teclas con un swing anacrónico. La segunda vez, una chica pellizcaba las cuerdas de un arpa con dedos sutiles, chispeando notas entre santos y querubines. Cansados de callejear, nos sentamos a escucharlos, disfrutando de la música y de las impresionantes acústicas eclesiásticas.

También en la Plaza San Marco, las sempiternas orquestas de los cafés tocaban para un público en pie, mientras los camareros esperaban que un incauto turista picara y se sentara en la terraza para cobrarle, dicen, doce euros por un cortado. Sin suerte, pero: sólo de vez en cuando un japonés se aposentaba en una silla, para que su compañero de viaje le hiciera una foto fugaz, y se levantaba al instante cuando el empleado se dirigía hacia él para preguntarle qué deseaba tomar.

Planeamos asistir a un concierto de clásica la última noche, pero agotados por los largos paseos y la lluvia incesante, al final la dedicamos a ir a cenar a una pintoresca trattoria de Castello, y a volver al hotel como únicamente pudimos: con los zapatos en la mano, los pantalones arremangados, y el agua hasta las rodillas, víctimas del acqua alta, que había convertido la Plaza San Marco en la piscina más grande del mundo.