De vez en cuando me dejo caer por Mikkisays.net, una web de
descargas más pirata que Urdangarín disfrazado de Jack Sparrow en los
carnavales de las Islas Caimán. Ahí navego un poco al azar, para
experimentar, buscando algún disco desconocido que me llame la atención
por su portada, su título, o el nombre del grupo. Hace unos días
encontré un álbum que, felizmente, cumplía los tres requisitos. El grupo
se llamabaBuck Satan and The 666 Shooters; el disco, Bikers Welcome Ladies Drink Free
(2012 ); y en la carátula había una calavera con un sombrero
confederado. Así que, raudo y veloz, me hice con él, esperando encontrar
lo que, efectivamente, encontré.
Como no podía ser de otra manera, Buck Satan y los suyos hacen un southern acelerado, con un sonido motero de ritmos rockabillies y bluegrass, voces arañadas por el bourbon, y guitarras y armónicas frenéticas. Además, algunos de los títulos de los temas no tienen desperdicio: ahí están Sleepless Nights and Bar Room Fights, The Only Time I'm Sober Is When You're Gone, oI Hate Every Bone in Your Body Except Mine (para los despistados, en argot, Bone es el pene en erección). En definitiva, una buena dosis de country rock alocado a cargo del señor Satan, o lo que es lo mismo, y según he descubierto en la Wikipedia, Al Jourgensen, fundador y líder de la banda metalera Ministry.
Buck Satan and The 666 Shooters no serán los próximos Allman Brothers, ni competirán con Taylor Swift por un Grammy en la categoría de mejor disco country.
Pero aseguran un buen rato de diversión, además de
conseguir transportarte a un tugurio a la vera de la Ruta 66, con una
Budweiser en los labios, y el motor de la Harley en la puerta todavía caliente.
Sala Zero (Tarragona), 3 de marzo de 2012. Hay varios tipos de conciertos. Los mediocres, en los que a los 10
minutos ya calas que el grupo está allí única y exclusivamente por la
pasta (en esa categoría metería el bolo de Blondie de 1999 o el último
que vi de M Clan, el cual abandoné a la cuarta canción). Luego están los
correctos, donde el grupo hace honor a su fama, cumple las
expectativas, y das por bien invertidos los euros gastados en la
entrada (ahí estarían el de Guns n'Roses en 1993 o el de Metallica de
1999, por poner un par de ejemplos). Y en tercer lugar están los
superconciertos, donde gracias a su entrega y virtuosismo, la banda
supera con creces lo esperado (y aquí pondría el de Van Halen y Bon Jovi
en 1995, entre otros).
Pero hay un tipo más de conciertos. Son aquellos que, quizás por no
llevar demasiadas o ninguna expectativas contigo, te conmocionan como si
te dieran con una pala en la cara. A Dios gracias, el de The Brew
de hace un par de semanas en Tarragona entran en esta categoría. Fui arrastrado por David, tras haber visto medio vídeo de la
banda en YouTube y haber oído de refilón un par de veces su último disco. Y... ¡vaya sorpresón y vaya pedazo de gig que nos ofrecieron el padre, el hijo, el coleguita del hijo, y la madre que los parió a todos juntos!
Desde el primer tema, The Brew descargó un torrente de sonido arrollador,
que inundó la pequeña Sala Zero y nos volvió locos a todos durante las
dos horas que duró el evento. El guitarrista, con 20 años escasos,
armado primero con su LesPaul y luego con su Strat, era
una máquina que haría sentirse orgulloso al mismísmo SRV. El batería,
también de la misma a la par que corta edad, era otra bestia que nos
deleitó con un savoir-faire irresistible y hasta con un glorioso solo de
15 minutos (y sin aburrir, que ya es difícil). Y su padre, el bajista,
demostrando que de tal astilla, tal palo, y entregándose y empapando la
camisa como el que más.
No sé las canciones que cayeron, ni falta que me hace. Sé que sonaron la increíble Every Gig Has A Neighbour, y varias de su último trabajo, The Third Floor
(2012). Pero los que no conocíamos su discografía disfrutamos tanto, o
quizás más, que los que ya llevaban los temas aprendidos de casa. Las
referencias a Vaughan, a Hendrix, a Deep Purple o a Led Zep
fueron tantas, y tan bien paridas, que la sala fue un hervidero de
brazos en alto y cabezas desnucándose. Además, el espectáculo fue
aderezado con otras extravaganzas, como el joven guitarra tocando
con un arco de violín o el batería tocando con las manos desnudas, lo
cual desató aun más la locura del respetable.
En definitiva, una noche inolvidable a cargo de esos dos mocosos y el padre rockero que son The Brew. Un power-trío
que haría palidecer a muchas bandas consagradas, y que ya ocupan un
puesto de honor en mi lista de los conciertos que me han noqueado. Si vuelven, repetiremos.
PD: El material gráfico y videográfico es cortesía de David.
Si hace unas semanas me preguntaba en este post si en su siguiente disco Norah Jones recuperaría el jazz-pop de sus inicios, o bien se mantendría firme en la senda iniciada con The Fall
(2009), parece que las dudas empiezan a disiparse. La neoyorquina acaba
de anunciar que publicará nuevo disco el 1 de mayo, con el título Little Broken Hearts (2012). El álbum ya tiene tema de presentación, Happy Pills, cuyo vídeo cuelgo abajo.
Ay, ay, ay... A tenor de este primer tema, parece que la bella Norah sigue erre que erre con el estilo The Fall, ya que Happy Pills
tiene un sonido mucho más cercano a su anterior disco que al que le
cosechó un buen puñado de Grammys en los albores de su andadura musical.
De acuerdo, a la chica no se le puede reprochar falta de honestidad y
persistencia. Pero la verdad, le he dado chorrocientas oportunidades a The Fall,
y no hay manera: es más original y osado que sus primeros trabajos,
pero soy incapaz de escucharlo entero sin temer un principio de
narcolepsia.
En fin, a ver qué tal este Little Broken Hearts que nos
llega. Pero esperemos que el título de su anterior trabajo, el que marcó
un punto de inflexión, no sea premonitorio en lo que a la carrera de la
artista se refiere.
PD: Lo que sí me gusta es la portada del disco, que, para los curiosos, es un interpretación del póster de la película Mudhoney (1965) de Russ Meyer (sí, el de la saga de Vixens, Supervixens y Megavixens).
Galileo Galilei (Madrid), 25 de febrero de 2012. Después de más
de una década sin visitar la capital del Estado, hace unas semanas nos
invitaron a pasar un fin de semana cerca de Madrid, y decidimos que ese
sábado haríamos un poco de turismo por la ciudad. Pensé que, para
aprovechar al máximo, sería una buena idea ir a un concierto, y me
dispuse a repasar las webs oficiales de artistas que me apetecía
ver y que era poco probable que vinieran por mis tierras. Empecé por
Luis Ramiro, del que hablé no hace mucho en este post, y... ¡bingo a la primera! Casualidades de la vida, ese día tocaba en la Sala Galileo Galilei. Así que, raudo y veloz, pagué con
tarjeta las entradas, y ya teníamos plan para la noche.
Llegamos a los aledaños de la sala media hora antes del inicio, y
descubrimos una larga cola que sube por Galileo y tuerce por Cea
Bermúdez. ¿Tocará Bisbal en algún teatro cercano? Pues no, la cola es
para Luis Ramiro, lo cual me sorprende, ya que sospecho que debe actuar a
menudo en su ciudad natal. Pero, pese a ello, llenazo total, lo que me
confirma que en este caso se rompe la regla y Luis es profeta en su
tierra. La cosa promete.
Me llamas a las seis de la mañana / me juras que no estás borracha. El concierto empieza con Diecisiete, lo que hace vaticinar que el repertorio irá por derroteros rockandrolleros,
en detrimento de la languidez característica de algunos cantautores.
Acierto total, ya que hay que aprovechar a los mercenarios que le
acompañan (guitarra, bajo y batería) y el buen rollo que genera tocar
en casa y con la complicidad de los asistentes. Sigue con El rey de la pista, y se van sucediendo los cortes más animados de sus tres álbumes: caen Tonterías, Jorge I, Relocos y recuerdos, Dices...
La banda, correcta, aunque a veces un poco verde (no queda demasiado
bien que el bajo tenga que ir avisando al batería cuando vienen los
cambios de ritmo). Pero el respetable no viene a escuchar a los músicos, sino a Luis Ramiro,
que se nos mete en el bolsillo con su ironía, su lado canalla y su
cercanía. Interpreta unos cuantos temas solo (Pandora, Humano...) y regresa la banda para atacar las canciones estrella: Per-fec-ta, El reloj, Mañana nos casamos en Las Vegas, Un amor sin estrenar...
Y entre canción y canción, Luis bromea con los incondicionales, sortea
piruletas, recibe un condón de regalo (en su envoltorio, por suerte), se
interesa por una chica a la que acaban de dejar... Compadreo y
complicidad hasta el último momento, dos horas y diez minutos de un
concierto per-fec-to, que termina con El tío vivo y los más lanzados subidos al escenario.
Luis Ramiro tiene el talento y el savoir-faire suficientes para merecer tocar en grandes estadios. Pero la crisis, la Industria, el mainstream o
vete tú a saber qué hacen que tenga que tocar en salas como Galileo y
podamos disfrutar de la proximidad en sus actuaciones. Para él quizás
sea una putada, pero para nosotros es toda una suerte.