
Enamorado de la música, el amigo en cuestión solía comprar discos, cuando había vinilos, y acumuló una colección importante de ellos. Luego aparecieron los CDs, y aunque le jodió que la Industria subiera los precios del nuevo soporte en lugar de bajarlos, pese a que producirlos les era sustancialmente más barato, siguió comprándolos, y acumuló otra importante colección. Si quería escuchar música tenía que pasar por el aro y doblegarse a la dictadura de las grandes compañías, que se hacían de oro cobrando entre dos y tres mil pesetas por un soporte que les costaba cuatro pesetas fabricar, y por los que pagaban menos de veinte duros al autor por unidad.
Mi amigo, como todo hijo de vecino, paga un canon a la Industria o a los artistas ("representados" por la $$GAE), cada vez que compra un DVD para guardar sus fotos, un lápiz de memoria para traspasar archivos, e incluso una impresora para imprimir los cuatro documentos que escribe. Además de pagar, indirectamente, cada vez que ve un anuncio de TV, enciende la radio, va a una verbena, a un bar o a una discoteca, ya que la mentada sociedad graba a televisiones, emisoras, orquestas y locales de ocio por poner música.
Así que cuando apareció la posibilidad de bajarse música por Internet, al principio tuvo sus conflictos morales, y continúo comprando CDs. Pero como los precios seguían subiendo, los cánones aprobándose a troche y moche, los músicos quejándose del maltrato que recibían de las discográficas, y su sueldo hundiéndose, pensó ¡qué cojones!. Y dejó de comprar. Definitivamente. Era la única forma de subversión que le quedaba, y aunque la $$$GAE y la Industria Discográfica no tuvieran la culpa del aumento del Euríbor, ni de los impuestos, ni de la gasolina, sí la tenían de abusar de consumidores, artistas y de cualquiera que se le ocurra "pinchar" algo de música en su local. Aunque, ¡atención!, mi amigo no está en contra de los que todavía compran CDs, muy al contrario: considera admirable que en este país de Rinconetes y Cortadillos aún quede gente honrada (entre la cual él no está incluido, si no que se encuentra en el ignominioso grupo de los criminales, según los demagogos de la $$$GAE).
Y así están las cosas. Cuando mi amigo quiere un disco, se lo baja de Internet, y aunque la calidad no sea la misma que la del CD, pues mira, lo superará. Y si el disco le encanta y quiere pagar algo a los artistas, va al concierto (ya sea de la Dirty, Fito, Norah Jones, Quim Vila, Sabina o Serrat), que seguro que algo más les cae a los autores que los míseros royalties que cobran por CD vendido.
Mi amigo, como veis, prefiere mantenerse en el anonimato. Babeantes, la $$$GAE y las discográficas ansían un cabeza de turco y una sentencia ejemplar que amedrente al personal, tal como pasó hace poco en Estados Unidos, cuando se condenó a pagar 158.000 euros a una chica por compartir 24 canciones en Internet. Y no es cuestión de señalar a las hienas donde puede estar su próxima víctima.