Mi idilio con el cine de los hermanos Coen empezó con sus
primeras películas: su impactante debut
Sangre
Fácil (1984); la obra maestra
Muerte
entre los Flores (1990); las divertidas
Arizona
Baby (1987)
y
El Gran Salto (1994); la oscarizada
Fargo (1996); la psicotrópica
El gran Lebowski (1998), que no está entre mis preferidas pero
tiene momentos inolvidables; la genial
O
Brother Where Art Thou (2000)… Pero las cosas se empezaron a torcer con
El hombre que nunca estuvo allí (2001),
desprovista de cualquier tipo de atractivo.
Y a partir de ahí, luces y sombras: algunas muy flojas (
Crueldad intolerable , 2003) y otras
correctas (
No es país para viejos,
2007). Pero las últimas que había visto de ellos,
Quemar después de leer (2008)
y
Valor de ley (2010) me parecieron
realmente insoportables.
De todos modos, reconozco que tenía ciertas esperanzas de
reconciliación con su último filme, Inside Llewyn Davis (2013), la
historia de un cantante de folk a
principios de los 60. Había recibido buenas críticas, me la habían recomendado,
y la temática me atraía. Pero tampoco. Ayer la vi, y me pareció deprimente y aburrida.
El actor principal no lo hace mal, pero enseguida me cansé de su cara de agobio,
que no cambia en la hora y media que dura el filme. Carey Mulligan está
sublime, como siempre, pero John Goodman vuelve a hacer el mismo papel que ya
ha hecho mil veces, y el resto de actores de reparto, correctos pero poco
destacables. Hay que reconocer que
algunos de los diálogos son bastante buenos, pero la ambientación es tan
sombría y el argumento tan desangelado, que se diluyen y pierden cualquier tipo
de fuerza que hubieran tenido en una película más acertada. Y la BSO, si eres
un gran amante del folk, supongo que
te atraerá, pero a mí me dejó bastante indiferente.
Así que no será con
esta Inside Llewyn Davis que Ethan y
Joel recuperarán mi devoción. Eso a ellos les importa un carajo, claro, pero yo
no puedo dejar de añorar el cine de sus inicios, ni de mostrar mi
decepción por lo grandes que fueron y nunca más han sido.