¿Cuántas canciones puedes nombrar de los Toreros Muertos,
así, a bote pronto? Si naciste después de 1975, probablemente ninguna.
Pero si fuiste adolescente en los 80, seguro que la primera que te viene
a la cabeza es Mi agüita amarilla. ¿Alguna más? Manolito, quizás... On the desk, también (aquella de My taylor is rich and my mother is in the kitchen).
Pero es al verlos en concierto cuando te das realmente cuenta de la de
temas suyos que conocías, que tienes arrinconados en un algún lugar
recóndito del cerebro, y que te vuelven a la memoria al
sonar los primeros acordes: (Ya están aquí) los Toreros Muertos, Yo no me llamo Javier, Pilar (no tiene bicicleta), Falangista, Soy un animal, Necesito un avalista, Twist'as loca, Hoy es domingo... Todos y cada una de ellos, por supuesto, sonaron el pasado sábado: himno tras himno que coreamos a grito pelao todos
los asistentes, que fuimos muchos. Y es que la Sala Zero estaba hasta
la bandera, e incluso hubo gente que se quedó sin poder entrar. Además,
Pablo Carbonell está cada día más loco, como quedó bien claro solo
aparecer en escena, con un surrealista maquillaje, sombrero de
explorador, y cintas de papel de water en las manos, en plan momia...
Sus compañeros tampoco no le iban demasiado a la zaga,
con el guitarra ataviado con traje, corbata, el típico gorro ruso, y
tutú. Por cierto, musicalmente la banda sonó potente. Las columnas del
recinto temblaban con la batería, el volumen era desmesurado, tanto que
el propio Carbonell reconocía que ni él mismo se oía. Pero, sin ser unos
virtuosos, el sonido en general era considerablemente mejor que el de
sus discos en estudio. Sigue esa mezcla pegadiza de pop, punk, rock y ska, pero la necesaria actualización de las enlatadas producciones de los 80 funciona a las mil maravillas.
En definitiva, y para no alargarme: que el ejercicio de revival nos
satisfizo a todos: todo el mundo rió, todo el mundo se desgañitó, todo
el mundo siguió flipando con las transgresiones, todavía vigentes, de
sus letras. Pablo Carbonell afirma que uno de los motivos de este
regreso es las ganas de enseñarle a estas nuevas generaciones que
hubo un tiempo en el que había grupos que ejercían la libertad de
expresión, que usaban el humor como arma arrojadiza, que planteaban los
conciertos como la posibilidad de desparramar y tenían cabida en el
universo pop. Es difícil que lo consigan, ya que la media de edad de
los asistentes superaba los 40 años con creces. De todos modos, hay que
agradecer al grupo su resurrección, todo un soplo de aire fresco en el
rancio y folclórico panorama pop actual. Eso sí, que el soplo de
aire fresco lo tenga que traer una banda de hace un cuarto de siglo dice
poco a favor de los ex-triunfitos, Pablos Albaranes, Orejas de Van Gaal y demás neomelódicos que copan las listas de éxitos españolas.