
En la primera toma de contacto ya vi que el veterano guitarrista había facturado un álbum de los que le gusta hacer cuando quiere huir de la comercialidad: blues pantanoso, dixie de la vieja escuela, algo de jazz... Un disco impecable, muy de raíces, donde Eric se encuentra como pez en el agua, y con invitados de lujo: Steve Winwood, Allen Toussaint, Wynton Marsalis, Sheryl Crow y Derek Trucks. Al cabo de unos días volví a ponerlo otra vez, y más adelante otra, intentando averiguar por qué la blogosfera lo ignoraba. Y entonces me di cuenta: estaba escuchando el disco por obligación, para escribir este post, pero no porque me apeteciera escucharlo, no porque me llamara.
Para mí, a Clapton le falta alma. Las canciones son correctas, bien interpretadas, buenas ruedas de blues, buenos fraseos de guitarra... Pero pecan de falta de frescura: muchas tienen un sonido que ya has oído antes (en discos del propio autor, de J.J. Cale, o de los dos juntos), otras son demasiado serenas, otras demasiado previsibles... y a casi todas les falta feeling, ese magnetismo que detiene tu dedo cuando navegas por los álbumes de tu reproductor de MP3.
Quizás ahora escribo esto, y luego vuelvo a darle una oportunidad, me parece lo más, y no paro de escucharlo durante meses. Pero mucho me temo que va a quedar olvidado entre la selva de bits de mi disco duro. Nadie habla de Clapton porque no es fácil hacerlo: no es un mal disco, pero tampoco es un gran disco. No molesta, pero tampoco atrapa. Y la verdad, de Slowhand se esperaba mucho más.